jueves, 24 de febrero de 2011
REAPARECIENDO...
REVELACIÓN CASUAL EN MI CALLE
Todos los días pasaba algo en aquella calle. Ésta era en sí una cuesta arriba y una cuesta abajo, que conectaba el Prado Longo con Marcelo Usera, principal arteria de un barrio donde los niños jugábamos todos los días sobre la acera o sobre el mismo asfalto, escasamente invadido por los ausentes coches. Pintábamos la rayuela sobre el mismo pavimento por el que nos extendíamos alegres y nos apretábamos una goma a los tobillos, para descubrir el sinfín de pecas que mostraban con pudor las piernas de la vecina, con quien luego, en el portal de su amiga, en el número 30, trasteábamos con su atuendo con intenciones de operarla en un quirófano. Luego todo se acababa y en el portal de Jaime organizábamos una boda de niños y niñas que era fruto de todo lo que, ya por entonces, nos deseábamos. Y así pasaba que siempre pasaba algo. Luego, pedíamos unas monedas a nuestras madres que nos las echaban por el balcón y tomábamos precauciones para que no se colaran por la alcantarilla, pues sólo las mastodónticas ratas que por las noches cruzaban la calle debían adentrarse por la puerta del subsuelo, una puerta tras de la cual nunca supimos qué había realmente, a pesar de los esfuerzos que hacíamos por clavar la pupila en alguno de sus agujeros opacos. Y con las perras, marchábamos a la tienda de chuches de la Mila, al final de la calle, donde mi hermano, una vez, intentó comprar mil petardos de peseta y el marido de la Mila lo devolvió a mi padre para que se explicara. Del niño nunca salió lo que verdaderamente ocurrió; quién sabe si, de tanto esconderlo, se le llegó a olvidar del todo y nunca se acordó realmente de dónde sacó aquel billete que, en sus manos, parecía una sábana verde. Y una tarde soleada, mientras devorábamos nubes, palulús y petazetas en el portal del número 27, ocurrió lo que nunca ocurría en el barrio.
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Lo recuerdo perfectamente: gritos ateridos desde la otra acera de la calle, cada vez más agudos, espanto, señales de socorro que afloraban a nuestros sentidos como girasoles llamados al alba, corremos hacia el número 40, esquivamos un coche que apenas nos ve, y encontramos entre los coches aparcados a un hombre de barba espesa tumbado en el suelo, junto a dos mujeres, tan parecidas en su nivel de histeria como diferentes en sus edades. Nosotros, como pasmarotes atónitos, que miran sin saber qué hacer, y mi madre asomándose por el balcón, yo sin hacerla caso. Lo comprendí todo. Le había llegado. La misma muerte, que nos hace a todos iguales. El oscuro instante del reloj que le había paralizado y que le hacía soltar una espuma espesa por la boca, como el último trago de la vida que le faltó por dar y que quedó como un esputo de soledad en los labios, ahora desparramándose por el cuello de la camisa hacia el suelo. La guadaña, atizando esquivamente en la vida de uno que pasaba distraído, de la forma menos imaginada, en una calle cualquiera de Usera, ante la mirada distante de unos niños que no le habían visto nunca antes, tumbándolo de súbito en la acera. Nos podía llegar a todos. A los niños también. No hubiéramos sido los primeros a quienes les pasase; a cualquier edad podía llegar. Ese hombre no era mayor, quizás como mi padre. La calle se convirtió en un infierno alterado por el reverberar de la ambulancia, que dejaba las farolas de mi calle de un color ámbar intermitente que recordaba a las películas. Por otra parte, había un silencio en los gestos de la gente, impotentes y conscientes de que ninguno escaparía de ese acontecimiento. En esa calle, sobre la acera opuesta a donde comíamos golosinas, nunca había pasado nada tan importante y, aunque desconocedor de lo que era un ataque epiléptico, en un día tan señalado, y equivocadamente, descubrí lo que era la muerte.
jueves, 19 de agosto de 2010
CAMBIO DE AIRES, AIRES QUE CAMBIAN
Transporto a Reina en una cajita como el que transporta a una planta, silenciosa. Sentado en el autobús, abro la cremallera de la funda y dejo que me invada la candidez de su mirada. Escribo unas notas durante el trayecto. Deseo tener estos momentos de soledad que me lleven a continuar con mi novela, abandonada. No tengo claro cómo resolver la situación del protagonista. Por eso, me quedo dormido. Hemos llegado a Huesca durmiendo. Estamos frescos para coger el siguiente autobús.
Cuando llegamos a Sallent de Gállego, huele a verde. Acampo mi tienda del Decathlon en dos segundos, como ellos mismos lo anuncian. Lo hago calculando la sombra de un gran árbol que se yergue en solitario junto a un lago enorme. Me fumo un cigarro comprobando que todo está bien y me llevo, después, a Reina a dar un paseo. Nos introducimos por una vereda entre abetos y alucino con los olores del campo; huele a una humedad dulce. Las chicharras entran en éxtasis alentadas por la catarsis grupal, y el sonido y las imágenes que me invaden me atrapan y me hacen minúsculo. Me siento tan lejos de la urbe, que me veo totalmente en otra dimensión. El cielo empieza a oscurecer y las estrellas a dejarse ver en el firmamento. Alcanzo un intervalo de meditación.
Después de un rato andando, con Reina adormilada en mis brazos, observo una especie de neblina a unos treinta metros por delante. Es una neblina baja, como de un metro de altura. Por encima, no hay nada. ¡Qué raro!, pienso. Me acerco a ella, a la vez que parece acercarse a mí. Cuando voy a traspasarla… ¡horror!, me cuesta describirlo. Una cortina de agua se abalanza sobre nosotros como si nos tiraran arena con ímpetu, o como si estuvieran vaciando el Atlántico por una compuerta que tuviéramos encima. Reina está asustadísima. En su vida ha visto nada igual, aunque yo tampoco. El agua me ha calado toda la ropa en unos segundos. No iba preparado para nada semejante. El agua no cae en gotas, sino jarreada. Es exagerada la cantidad del líquido elemento y nos queda un trecho de retorno a la tienda. No queda otra. Correr y correr, casi nadar.
Por fin, llegamos a nuestro refugio, continúa lloviendo con la misma fuerza. Toda mi ropa está calada por entero. Me quedo desnudo con la gata en la tienda mientras me dispongo a enchufarle la inyección. He traído un bocadillo de tortilla desde Huesca que me apaña la cena. Llueve tanto que es imposible salir fuera. Al menos, nos sentimos resguardados.
Un relámpago nos despierta súbitamente. Reina me mira con los ojos muy abiertos y asustados. Otro relámpago, esta vez más fuerte. El agua golpea la tienda con vehemencia. El tercer relámpago lo siento en el mismo suelo, traspasa con sus ondas el vasto valle y llega a mis sentidos, de manera que los congela del miedo. Me acuerdo del árbol, del lago, junto a los que estamos acampados. Siento mucho pánico. Reina empieza a sollozar. La noto temblorosa. La lluvia no para y la tienda está completamente iluminada por el color blanco. La situación continúa durante horas. Es de noche y no podemos volver a conciliar el sueño.
A las once de la mañana, por fin, la lluvia cesa. Es sólo cuestión de unos minutos. El agua ha penetrado por entre el tejido de la tienda. Mi ropa ha sufrido las consecuencias y no hay nada que se haya salvado. Selecciono las prendas que mejor están y me visto. El cielo está muy encapotado, no parece que vaya a cambiar.
Después de darle la medicina a Reina, nos dirigimos al pueblo a desayunar. El río parece un bólido en competición, no se desborda por unos escasos centímetros. La fuerza del agua es arrasadora, puede con todo. Encuentro una terraza resguardada bajo un toldo y pido un café y una tostada. Cojo un periódico que hay por allí y, cuando lo abro, una chica extranjera, parece alemana, se acerca a Reina.
- ¡Uy!, hola bonita, ven, ven. Oye, ¿qué le pasa a esta gata?
- Tiene cáncer
-¡Pobre! Y está resfriada. Podíamos darle unas hierbas. Le van a sentar muy bien. Soy veterinaria, ¿sabes? Oye, ¿dónde estás alojado?
- En una tienda, junto al lago.
- Mira, pásate luego por aquel puente, en una hora, llevaré una infusión para el gato. Son unas hierbas que le relajarán y le ayudarán con los dolores.
- Vale. Muchas gracias. Allí estaré. Por cierto, ¿cómo te llamas? Yo, Ernesto.
- Angie... Encantada. ¡Hasta luego!
Al rato, estaba en el puente esperando a Angie. Abrumado por el poderío del agua y abrigado por un chubasquero enorme, mis pensamientos se diluían por la corriente incesante hacia un destino que, como el mar, aunase toda la energía que depositaba en el empeño de hacer por que sucediese algo en mi vida. Así concluía en que mi destino estaba en el mar que me había bautizado y no en las cloacas urbanísticas de una villa reseca que me adoptó tardíamente. Y me veía feliz disfrutando cómo el agua del río se esparcía y hacía un uso elegante de su estancia efímera, saboreando su salor salado. Distraído, Angie apareció.
Traía un biberón grande relleno de un líquido de color pardo.
- Vamos a dárselo. Ya verás que bien le sienta.
A Reina le gustaba la infusión. Se notaba por cómo se aferraba a la tetina.
- Parece que va a dejar de llover -dijo ella con una mirada sabia, dirigida al cielo .
- Ya era hora. A ver si podemos ir luego a Ordesa. Espero que no se nos haga tarde.
- Se tarda media hora en coche. ¿Cómo tienes pensado ir? Podemos ir en el mío, si quieres.
En el coche, me di cuenta de que Angie era muy interesante. Su madre biológica era prostituta y su padre, marinero, murió de sida. Fue adoptada por una pareja muy enamorada y muy humildes, de quienes se sintió siempre su hija. Nunca se enamoró, a pesar de todo el amor que vio siempre en ellos. Hablamos de la infancia feliz que recordaba, salpicada por la tragedia que siempre hubo en su vida. Su padre adoptivo se quedó ciego cuando ella tenía siete años.
En Ordesa nos besamos. Y, por la noche, de nuevo en Sallent, me enamoré. Fueron tres días intensos. Ahora me vuelvo a la urbe, con ella. Viene a pasar unos días, quizás más tiempo. Reina se encuentra mejor. Sé que morirá pronto. Pero también sé que algo ha renacido en mi vida. Unos ojos que se mueren y otros que me traen la vida. Hemos hablado de emprender una aventura juntos, en Asturias. Y ya sé qué solución le voy a dar al protagonista de mi libro. Ahora, que mi gato no puede renunciar a su tristeza, aunque me mira ilusionado porque comprende mi estado, he decidido que el protagonista de mi novela se enamore, y que se vaya a vivir al mar. Será un final feliz. Mi vida y mi novela se entrecruzan como dos almas con los mismos propósitos. Angie mira por la ventanilla como si no fuera con ella.
martes, 11 de mayo de 2010
NINFOSIS, DE INKO MARTÍN MANCISIDOR
viernes, 16 de abril de 2010
EXTRAÑOS EN EL PLANETA
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Y le agarró las dos manos. Ahora reconoció el latir de su corazón y se dio cuenta de que no estaba solo y de que en realidad no era él, sino él mismo, frente a un espejo. ¿O no? Se quedó pensando. Por un momento, se sintió confundido. La historia pudo ser de otra manera.
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Pero entonces sintió que era una mujer y que era guapísima. La destapó el velo y, efectivamente, se mostró una mujer que consumaba la belleza suprema. Es aquí donde empezó nuestra historia, la que nunca nos han contado. Este es el verdadero inicio de la que llaman ya la era postnuclear. El próximo día veremos el desarrollo de esta curiosa civilización.
martes, 6 de abril de 2010
RADIOPIEZAS: EL RETORNO AL ETERNO ENTORNO
LOCUTOR: Ramón disfrutaba de unas soleadas vacaciones en una isla remota. Había decidido irse allí solo, con la intención de aislarse del ruido atormentado y distorsionado de la ciudad. El lugar estaba lleno de turistas de diferentes países del mundo, ávidos todos de nuevas experiencias.
CONTROL: FX sonido de bar, gentío
LOCUTOR: En el extremo norte de la única playa, había una cantina, un oscuro lugar en el que la alegría lo invadía todo. Ramón se sentía cómodo entre tanto desconocido, deseoso de vivenciar el verano como la última gota de agua. Charlaban, chapurreando en uno u otro idioma, sobre las insensateces y los elogios de la vida misma.
TURISTA DESCONOCIDO: Pienso que el día en que me muera, querré hacerlo en un sitio como éste, charlando con alguien como tú, cabal y amante de la vida al mismo tiempo.
RAMÓN: Quiero que el tiempo se detenga y que lo que viva para siempre sea siempre este momento, eternamente, porque tú, desconocido para mí, eres como un oasis para el desierto de mi alma.
TURISTA DESCONOCIDO: ¡Otra cerveza, por favor! Aunque primero, te voy a confesar un secreto. Antes de llegar aquí, trabajaba en una mina, en Offenburg. Catorce horas bajo tierra vigilando el sistema de seguridad. No hablaba con nadie, no veía a nadie. 30 años de mi vida así, de esta manera. Aunque por fin, renuncié a esa esclavitud y me vine a esta isla, a comer cocos y pescado, y también, de vez en cuando, a ser invitado a una cerveza por alguien como tú. Para ello… tuve que matar a alguien.
RAMÓN: Mmm (manifiesta asombro)
CONTROL: FX reber de flash back
FX Sonido de maquinaria (PP a fondo)
TURISTA DESCONOCIDO: Me quedaban diez años para jubilarme. No tenía más opciones. Ya no aguantaba más de aquella manera. Un compañero me ofreció un plan. Matar a nuestro jefe. La mujer de mi compañero trabajaba en una compañía de seguros y averiguó que nuestro jefe no tenía asignados los beneficiarios en su seguro. Fue un montaje que llevamos a cabo entre los tres. Yo ejecuté el plan, con un fármaco que no se detectaba en ningún análisis forense. Y aquí hemos acabado, ella y yo, perdidos en esta isla. Esta noche la conocerás.
CONTROL: CD música playera, discotequera
FX sonido ambiente, gentío (PP a fondo)
TURISTA DESCONOCIDO: ¡Mira! Aquella mujerona es Isabella, te va a encantar. ¡Ven!
CONTROL: FX sonido ambiente, gentío (ráfaga)
ISABELLA: ¡Hola! Mi nombre es Isabella.
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CONTROL: FX sonido de mar y pájaros, vacacional (PP a fondo)
LOCUTOR: A la mañana siguiente no había nadie en la isla. Ramón despertó y no encontró a nadie por los alrededores. La playa era un paraíso carente de humanidad. Apenas los pájaros y las palmeras aportaban un tono alegre al paisaje. La cantina era un recinto desolado invadido por la resaca y el silencio. Ramón quería saber qué había pasado la noche anterior. Y encontró una pista. En la playa, junto a la orilla, maniatado, el cadáver del dueño de la cantina, junto a una nota: “Retorno a por mi eterno entorno”
CONTROL: FX sonido de mar y pájaros, vacacional (ráfaga a fondo)
LOCUTOR: Se sintió solo, muy solo, en el interior de una burbuja apartada del estrés urbano, aunque invadida por la agonía de sentirse atrapado y sin salida. No encontraba respuesta. El tiempo se la tenía que dar. Decidió sentarse junto al cadáver. E intentó descifrar la nota. Fue el momento en que las fuerzas de seguridad navales arribaron en la playa.
CONTROL: FX Sonido de pitido de barco.
FX Sonido de esposas poniéndose.
LOCUTOR: Ramón fue detenido como máximo sospechoso.
CONTROL: FX martillazo del juez.
LOCUTOR: Y fue condenado a la peña de diez años y un día por el homicidio en grado de tentativa del cantinero de la isla.
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CONTROL: FX Portazo de celda que se cierra.
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CONTROL: CD música cómica.
jueves, 18 de marzo de 2010
ADIÓS A ESTA TELE
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La verdad es que no me gusta la televisión de este país. Tampoco conozco bien la de otros lugares, pero recuerdo momentos mágicos en nuestra programación que no se me olvidarán nunca, momentos que, al día siguiente, comentábamos todos, bien porque no había mucha oferta televisiva y todos veíamos lo mismo, bien porque no había tantas alternativas al ocio (léase Internet, por ejemplo). El caso es que, en su día, hubo programas míticos y, considero que había un gusto por hacer las cosas con estilo que ahora se ha esfumado. Hoy en día, la decadencia también ha invadido nuestras pantallas y creo que Belén Esteban es el mayor ejemplo de una mujer grotesca que bien pudiera dirigir los designios de mi ciudadanía debido a esta catarsis a la que hemos llegado. La televisión pública ha perdido el criterio que otras veces siguió y no se diferencia en nada del tono mercantilista con el que se mueven las privadas. Los comentarios televisivos sobre la jornada anterior se reducen a un “¿Viste al Madrid?”, o “¿sabes que fulanito se ha follado a menganita?” Tal cual.
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Así que, mejor, no encenderla. Me encuentro perdido cuando mis compañeros de trabajo hablan de los sucesos televisivos del día anterior, pero también encuentro un sitio fuera de esta marea de sinsentido que se esfuerza, día a día, en embrutecernos. He encontrado un refugio en internet, en el que tú eliges el ocio, fuera de toda imposición televisiva. Me amparo en un lugar que me aísla de toda esta insensatez. Adiós a esta televisión.
domingo, 14 de marzo de 2010
LO ÍNFIMO Y LO ABISMAL DE UN SIMPLE DIENTE
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martes, 2 de marzo de 2010
DÍAS DE RADIO EN LA CASA ENCENDIDA
Me escogieron para hacer un taller de radio en la Casa Encendida. Fruto de no fijarme en las cosas, el curso era por la mañana, y mis ganas de hacerlo eran tales que decidí cogerme la semana que duraba como de vacaciones. Se trataba de un taller-laboratorio de radio experimental y, como pude comprobar, tal término despertó la curiosidad de la mayoría de los que nos presentábamos el primer día. Lo decíamos todos en el momento en que nos habían dividido por parejas para que entrevistásemos al otro y luego le presentáramos a los demás. Mi compañero, de Donosti, había estudiado escritura de guiones cinematográficos en la Escuela Tai, que tanta atracción había suscitado en mí, aunque, por un motivo económico, el magnetismo continuaba siendo platónico. Y la otra compañera había estudiado dirección de cine en una de las escuelas más exclusivas del país, íntima amiga de otra que había hecho algunos cortos. Otro también había dirigido cortos, otros dos eran locutores de radio y la otra estudiaba un master de lo mismo. La otra había hecho trabajos de doblaje para el cine. Y el otro trabajaba en Los Cuarenta Principales. La conexión con los demás fue tal que las mismas profesoras nos llegaron a decir que hacía tiempo que no encontraban un grupo tan divertido y a la vez tan creativo.
Las profesoras de este taller son las profesionalísimas Ángeles Oliva y Toña Medina, el tándem que funciona como un reloj a base de la ingeniosidad con que se expresan, el magnetismo que transmiten y la fe en lo que cuentan. Nos mostraron un montón de piezas radiofónicas a fin de entender la teoría con la que abrían cada clase y nos pusieron muy en contacto con el mundo de la radio, teniendo siempre presente la finalidad de este medio, lo que se pretende transmitir, así como los juegos de los silencios, del poder de la voz, o la elección de los efectos sonoros y de la música adecuada. La teoría tenía todo su sentido cuando escuchábamos "obras de arte" de Carlos Hurtado, o de otros que también pasaron por la Gran Escuela de Radio 3, como las mismísimas profesoras, y que ahora habían dejado un vacío en aquella radio que otrora fue magnífica y que ahora andaba renqueando.
El primer día, individualmente, escribimos un texto sobre La Casa Encendida. Cada uno escogió una parte de su texto para ser locutado y, al final del día, lo grabamos con una música divertida que entraba en forma de ráfagas. Fue nuestra primera grabación. Y fueron muchos los recuerdos de los años en que conducíamos entre amigos un programa de radio, en la humilde Radio Cigüeña de Rivas.
Nos grabaron junto con los dos falsos directos que realizaríamos después, esta vez en grupo. Nos dividimos en dos grupos de cinco. La primera vez, con una temática dada, de nuevo La Casa Encendida. Nos montamos una historia acerca de un fenómeno misterioso que había invadido nuestro país y que, a causa de él, estaba desapareciendo sorprendentemente el color en nuestras vidas (con un mensaje en el noticiero, de tono postfranquista, que decía "Españoles, el color ha muerto") concluyendo en que una casa con luz propia (La Casa Encendida) estaba atrayendo a la gente con la intención de que todo el mundo se "encendiera".
El otro grupo se montó una historia de un individuo que se dirigía al psicoanalista a fin de informarle de que algo raro le estaba sucediendo después de que se quedara encerrado en el cuarto de baño de La Casa Encendida, lo cual era causa de un fenómeno extraño de exponenciación de los sentidos que se estaba extendiendo por la ciudad. En las dos piezas, hablábamos de fenómenos extraños y de La Casa como revulsivo.
El segundo y último grupo de trabajo creó dos piezas, la de la fábrica de transistores y la del feto. La primera fue la nuestra, y la segunda me encantó. La nuestra trataba sobre una reunión de empresa en la que todos sus participantes, que habían ido transmitiéndonos sus pensamientos previos a la cita, dan paso a una jefa que decide lo que quiere, truncando los propósitos del resto, sin que nadie manifieste oposición y en el momento en que un radioyente llama al programa diciendo que compró un transistor en la empresa, precisamente para eso, para escucharles, y al grito de "Almas de cántaro" les abre los sentidos y les dice "¿Qué va a ser de vosotros?. Tenéis que cambiar". En esta pieza, hice de realizador y me di cuenta de lo respetuosa y responsable que es esta profesión (mi padre era realizador de tv).
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La del feto era una pieza que recogía las sensaciones en el útero poco antes del momento del parto, con una ambientación sensacional y cerrándose con una genial música de Kroke Band después de un llanto de bebé desgarrador. Me encantó la pieza que realizaron mis compañeros.
La verdad es que fue una semana muy interesante para mí y, fruto de ella, ha nacido un proyecto de hacer piezas de radio entre varios de los del grupo, aparte de que, desde ahora y hasta mayo, una vez a la semana, estaré dando mi apoyo a las profesoras para un taller de radio con ancianos, niños y discapacitados. Será un orgullo volver a trabajar con Ángeles y Toña.