lunes, 29 de octubre de 2007
UN PERIÓDICO. Y UN CAFÉ QUE NO LLEGA.
miércoles, 24 de octubre de 2007
SARA PÁRBOLE, UNA PRINCESA BUSCONA
CITAS TÁCITAS VOL.1
martes, 23 de octubre de 2007
RAJOY Y LAS TRECE ROSAS
viernes, 19 de octubre de 2007
¿MUERTO DE AMOR?
Silencio. Ahora mismo todo está en silencio. Apenas se dejan oír las teclas cuando las golpeo para escribir. Un pensamiento me ronda por la cabeza, me machaca. ¿Se habrá muerto de amor Gustavo?. Hoy no le he visto. Nadie le ha visto. Parece como si hubiera desaparecido, como si hubiera abandonado. No sé.
Aunque quizás haya muerto de amor. Reflexiono. Su desconsolada mirada del otro día, cuando le vi por última vez, sentado en la barra de un antro de Carabanchel, me da para pensar que su vida, ese día, tenía que cambiar. Me hablaba de Lucía, su Lucy: "A mí la Lucy me tiene loco. No sé qué hacer, de verdad. He llegado a caer en la más absoluta de las soledades cuando estoy con ella. Realmente estoy solo cuando estoy con ella". Yo absorbí de un golpe todo cuanto quedaba de mi cuarta o quinta cerveza. Me quedé pensativo mirándole, haciendole un gesto cómplice con mi boca y con mi mirada. Le pregunté entonces, después de apoyarle mi mano derecha sobre su hombro izquierdo: "¿No será que te esté engañando?". "¡Qué va!. No es eso, para nada", me contestó Gustavo, con rotundidad -y haciendo un gesto indicativo de mi falta de cordura-. "¿Entonces qué es?", le pregunté. "Otra cosa, Abismo, es otra cosa". Insistí.
Me contestó, ante mi perplejidad, que Lucía, su Lucy, hablaba con los tiestos de las plantas y que él lo hacía con las plantas mismas y que no entendía cómo se podía hablar con los tiestos de las plantas. No lo entendía para nada, decía. Su vesánico comportamiento, continuaba, en realidad se debía a que Lucía había dejado de ser la Lucía que había conocido tiempo atrás. O quizás, dijo, que fuera él mismo quien había dejado de ser el mismo que era, pero que él siempre había hablado con las plantas mismas, y nunca con los tiestos. Yo le pregunté que si Lucía, en realidad, no era un tiesto en sí mismo. Y él me contestó, sin dudarlo lo más mínimo que "para nada", aunque luego, acto seguido, dudó. Y me miró desconsolado, afligido. Y entonces se marchó. Por la puerta de ese antro de Carabanchel, mi amigo Gustavo marchó, sin mediar palabra, muerto quizás de amor. Y desde entonces no sé nada de él.