Son las cuatro de la tarde en España. Es el turno, en los televisores de medio país, de la que llaman la "Lady Di española", una desvergonzada mujer que hace gala de las desventuras con su ex marido Fran (no sé qué). Los telespectadores no levantan sus miradas de la pantalla y, más bien, se encuentran embobados (abducidos) por el carácter de heroína lastimada y lastimera, de mujer con los pies en el suelo, de esta diva mediática. Todos están de acuerdo en todo lo que dice, se sienten cercanos a ella, la adoran, y hasta la querrían como futura alcaldesa; piensan que todas las mujeres deberían ser como ella, quien continúa haciendo caja de todas las sandeces que tan bien sabe que dice y que deshonran a su pasado y hasta el futuro de su hija, pero que, a pesar de todo, denotan que sabe lo que hace y le permiten llevar una vida que nunca antes habría llevado. Su carácter atrevido, informal (por no decir chabacano) y hasta grotesco la hacen el centro de las miradas de muchas mujeres de España que se fijan en ella como si fuera una mujer que dice lo que piensa, que hace lo que tiene que hacer, una mujer valiente, carismática y con tirón, una mujer "con un par". Ella sabe que un polvo con un torero que triunfará te puede cambiar la vida, y exprime la idea. Sabe que la gente de este país vive del cotilleo. Sabe que sin sus comentarios, sus vidas serían desdichadas. Una mujer que, con el euro como bandera, prostituye su prestigio de cara a la galería, y a la que le da igual lo demás. Ésta es Belén Esteban. Y los telespectadores, la cara amarga de este país. Antes de apagar el televisor, compruebo en la programación que después habrá fútbol, un reality show y una americanada de película.
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La verdad es que no me gusta la televisión de este país. Tampoco conozco bien la de otros lugares, pero recuerdo momentos mágicos en nuestra programación que no se me olvidarán nunca, momentos que, al día siguiente, comentábamos todos, bien porque no había mucha oferta televisiva y todos veíamos lo mismo, bien porque no había tantas alternativas al ocio (léase Internet, por ejemplo). El caso es que, en su día, hubo programas míticos y, considero que había un gusto por hacer las cosas con estilo que ahora se ha esfumado. Hoy en día, la decadencia también ha invadido nuestras pantallas y creo que Belén Esteban es el mayor ejemplo de una mujer grotesca que bien pudiera dirigir los designios de mi ciudadanía debido a esta catarsis a la que hemos llegado. La televisión pública ha perdido el criterio que otras veces siguió y no se diferencia en nada del tono mercantilista con el que se mueven las privadas. Los comentarios televisivos sobre la jornada anterior se reducen a un “¿Viste al Madrid?”, o “¿sabes que fulanito se ha follado a menganita?” Tal cual.
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Así que, mejor, no encenderla. Me encuentro perdido cuando mis compañeros de trabajo hablan de los sucesos televisivos del día anterior, pero también encuentro un sitio fuera de esta marea de sinsentido que se esfuerza, día a día, en embrutecernos. He encontrado un refugio en internet, en el que tú eliges el ocio, fuera de toda imposición televisiva. Me amparo en un lugar que me aísla de toda esta insensatez. Adiós a esta televisión.
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La verdad es que no me gusta la televisión de este país. Tampoco conozco bien la de otros lugares, pero recuerdo momentos mágicos en nuestra programación que no se me olvidarán nunca, momentos que, al día siguiente, comentábamos todos, bien porque no había mucha oferta televisiva y todos veíamos lo mismo, bien porque no había tantas alternativas al ocio (léase Internet, por ejemplo). El caso es que, en su día, hubo programas míticos y, considero que había un gusto por hacer las cosas con estilo que ahora se ha esfumado. Hoy en día, la decadencia también ha invadido nuestras pantallas y creo que Belén Esteban es el mayor ejemplo de una mujer grotesca que bien pudiera dirigir los designios de mi ciudadanía debido a esta catarsis a la que hemos llegado. La televisión pública ha perdido el criterio que otras veces siguió y no se diferencia en nada del tono mercantilista con el que se mueven las privadas. Los comentarios televisivos sobre la jornada anterior se reducen a un “¿Viste al Madrid?”, o “¿sabes que fulanito se ha follado a menganita?” Tal cual.
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Así que, mejor, no encenderla. Me encuentro perdido cuando mis compañeros de trabajo hablan de los sucesos televisivos del día anterior, pero también encuentro un sitio fuera de esta marea de sinsentido que se esfuerza, día a día, en embrutecernos. He encontrado un refugio en internet, en el que tú eliges el ocio, fuera de toda imposición televisiva. Me amparo en un lugar que me aísla de toda esta insensatez. Adiós a esta televisión.