Esta es la historia de un anónimo vecino de mi ciudad, al que quiero homenajear sin desenfundarle de su sayo de anonimato, pues es de gran magnitud y valor su capacidad para la superación de todas las vallas que la vida le va interponiendo en su infatigable carrera de obstáculos, que merecía una entrada como ésta.
Con veinticinco años vivía francamente enamorado de su eterna compañera y disfrutaba cómodamente de su vida como asesor en una universidad pública en Madrid, después de haber terminado con éxito la licenciatura de Económicas y haber superado estoicamente las oposiciones pertinentes. La vida se comportaba con él mostrándole una plácida y agradecida sonrisa; el amor por su eterna compañera le impulsaba enérgicamente cada mañana; y su solvencia económica, unida a una actitud vitalista y emprendedora, colaboraban para que esta anónima persona disfrutase de la vida como ninguno de quienes le conocían habían imaginado años atrás y como ninguno de sus mejores amigos había conseguido hacer. Sus anónimos amigos habían caído como moscas ante las fauces desgarradoras de la heroína, sustancia que se había convertido en la reina demoníaca de la selva de la calle en la época en la que nuestro anónimo personaje comenzaba a eludir sus vivencias al conocimiento de sus padres (año 1980, 15 años).
Ahora disfrutaba de una vida cómoda, alejada de todo mal, bajo vientos calmados, toda vez superado el épico vendaval que supone desengancharse de una ruina como ésta. Y se emprendió, bajo la bandera de su irrenunciable amor hacia su eterna compañera, en la odisea de traer una niña al mundo, una epopeya que hoy tiene doce años.
Comenzaba a vivir un nuevo capítulo maravilloso de su vida, hasta que una brisa de remordimiento le azotó y los vientos parecieron acelerarse. Su conciencia se removió al comprobar que su eterna compañera, embarazada, parecía estar destinada a ser madre, y nada más, sin dedicarse a ningún trabajo en concreto por el motivo básico de que nuestro anónimo personaje disfrutaba, como hemos dicho, de una bollante solvencia económica que le permitía a ella estar relajada. Él pensaba que ésa no era la vida deseada para su eterna compañera y le animó a que encontrase un trabajo en el que desarrollarse, una actividad en la que emprenderse al margen de su actividad maternal . Y encontraron un buen trabajo para ella, aunque ciertamente lejano a donde vivían: en un país centroamericano, el cual prefiero no mencionar. Tomó la decisión de renunciar a su puesto público como asesor.
El avión les transportó a este país tropical y allí nació la niña de sus ojos. Él encontró un buen trabajo dentro de la cooperación internacional y juntos disfrutaron de una nueva vida en los suburbios de una capital violenta y despiadada que no les quitaba la careta de gringos a pesar de sus naturales intentos de pasar desapercibidos. Fueron años felices; conocieron a mucha gente, hoy en día sus mejores amigos con toda probabilidad. En Madrid, los otros, se habían muerto.
Años dulces hasta que el horror se violentó contra ellos con su sonrisa más perversa y diabólica y todo se convirtió en una austera y severa mierda. Su eterna compañera, embarazada por segunda vez, marchó a hacer un recado y le dijo a él que se encontrarían de nuevo en aproximadamente dos horas. Fue la espera más agónica y descarnada de su vida. Ya no la volvió a ver. Su eterna compañera había sido golpeada por el retrovisor de un camión que se dio a la fuga y los hospitales centroamericanos no se accionaron con la celeridad oportuna hasta comprobar que el seguro estaba pagado, con lo que la lentitud y la neciedad contribuyeron al final fatal.
El horror, por tanto, tiñió su manso hogar, y hubo de meditar si correspondía seguir respirando de esa condena que la vida le había impuesto o si la carga de su pena era tal que no merecía la pena hacerlo. Y la niña de sus ojos, con seis años, le miraba incomprendida y en silencio. Y su padre decidía tirar del carro y apostar por ella, aferrándose a la vida, también en silencio. Fueron unos años tras los cuales el padre decidió que su hija no tendría mucho futuro en ese país, y se hizo finalmente consciente de que lo que la niña añoraba era vivir algún día en la tierra de sus abuelos.
Por eso, decidió volar hacia España y hacer un hogar con ella. Cuando primeramente aterrizaron en Madrid, su primer trabajo, en la Cruz Roja, allá por el 11 de marzo de 2004, fue el de informar a los familiares de las víctimas de lo sucedido. A la segunda llamada, decidió huir, no pudo más. Y se marchó a otra ciudad de España. Ahora, retorna a la ciudad que le amamantó, la que mejor conoce, y en la que menos gente le queda. Pronto se reunirá con su hija en Madrid. Aquí han dado con una abismal fuente de amistad que hará brotar de sus chorros sus infinitesimales y cálidas aguas humanas.
4 comentarios:
Parrafo a parrafo... Capitulo a capitulo. La microhistoria se llena de vidas enormes.
Me ha gustado mucho chaval!.
:-)
besitos.
Luna: muchas gracias, chavalota. Una vida dura pero no por ello carente de esperanza. Besote.
La vida, la historia de tu personaje anónimo traspasa las palabras...por supuesto que merecía una entrada como esta, a través de tus ojos...que nos hacen ver más...
Karen: muchos besitos cariñosos, ¡qué bonitas tus palabras!
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