jueves, 4 de diciembre de 2008

HISTORIAS DE ESTE MUNDO, LAS DE UN VAGABUNDO (1ª PARTE)



Mi verdadero nombre es Roberto Luis, el de mi cartilla de nacimiento, aunque cualquiera en mi barrio me conoce como Berto. Vago por el mundo con la única intención de disfrutarlo, cuando me dejan. Discurro por calles y caminos, bosques y desiertos, mesetas y montañas, con la única compañía de Quitín, mi perro, a quien le canto mis canciones todas las noches, las que yo mismo escribo, después de lo cual él me responde con gemidos, como si fuesen aplausos. La soledad, con Quitín, se vive de otra manera. Mi guitarra es mi fuente de ingresos, mi fuente de alegría y mi mayor motivación. No la vendería por nada del mundo; Quitín no me dejaría. Ando por el mundo intentando recoger la energía que hay en él, eso me hace sentir bien. Mi respuesta viene dada por la música. Y la gente me recompensa por ello. Me encanta la gente que hay sobre el planeta ¡Hay tanta! Más buenos que malos, es verdad. Quitín les huele a la primera, casi siempre acierta. Si les ladra, algo malo se esconde, y no me fío. Me gusta lo que dicen las gentes, de lo que hablan. A veces no les entiendo, pero me gusta escucharles. Hablan de todo; de amores, de dinero, música, cine, de deportes..., no me suelen aburrir. Cuando lo hacen, cojo mi guitarra y me voy. Quitín se viene conmigo. Me gusta imaginar lo que no veo, intento imaginar todo lo que tengo delante de mí. Imagino el mar golpeteando con su enérgico oleaje el contorno del muelle sobre el que el viento me acaricia. Apenas oigo la respiración de Quitín. Intento imaginar que veo. Me dejo llevar por mis ideas, me envuelven, veo el color del mar. Está azul muy oscuro, percibo el contorno del salitre. Me siento libre.

Hoy, en Miami, huele a verano. Oigo a la gente hablar. No me interesa lo que dicen. No me interesa la política. Prefiero hacer sonar mis cuerdas. Creo que Quitín es el único que me escucha, pero eso me gusta. Me dejo llevar por el oleaje, me inspiro en el mar, en las gentes. Todo tiene ritmo. Me dejo llevar por él, por la sensibilidad, por la dulzura y por los bellos pensamientos.

Entonces alguien me golpea en la espalda, alguien a quien no identifico a la primera. Quitín ha empezado a ladrar. Al levantarme, cuidadosamente, me dice que es un policía, que me detiene. Siento como me maniata con unas esposas. Y me arrastra consigo. Quitín no puede venir. No sé qué es lo que está sucediendo.

Me han llevado a un calabozo. Me han hecho unas preguntas. Por lo visto, alguien parecido a mí, ha asesinado a un blanco por la noche. Les he dicho que dormía en la playa, junto a mi perro, pero no tengo testigos. Espero que se den cuenta y me dejen en paz, cuando descubran al verdadero culpable. Estoy encerrado, me podrían ejecutar. Disfruto con mi guitarra, que sorprendentemente no me la han quitado, después de decirles que era como si fuera mi vida. La hago sonar. Un tema de blues.

Me han soltado dos horas después. Continúo caminando. He pensado todo el rato que la pena de muerte me podría haber sentenciado. Creo que un testigo vio al asesino y por eso me soltaron. Nadie es testigo de mi vida, nadie sabe lo que hago, pero todos me juzgan. Me juzgan por ciego, por solitario, por vagabundo, y sin embargo ninguno me hubiera salvado de un error. Mi muerte se ha convertido en un nuevo camino por la vida, ahora busco a Quitín desesperadamente, con mi guitarra al hombro. Me voy de aquí, pero no sin Quitín. En realidad no sé adónde, aunque continúo caminando.