jueves, 31 de enero de 2008

SANTANDER Y MI HOMENAJE A LOS ATLETAS ASESINADOS EN KENYA




Verano de 1985, sábado. Me levanto temprano, a la hora en que por el televisor emiten "La Bola de Cristal", a la que no presto atención mientras desayuno (casi con seguridad un tazón de Cola-Cao, el bote amarillo, receta clásica), poco antes de llamar a F, mi compañero de fatigas y travesuras, para emprendernos en la búsqueda de algún que otro madrugador niño y vecino amante de alguna que otra pachanga futbolera, en los prados verdes que brotaban detrás de unas montañas de yeso, en lo que hoy es el acicalado Embarcadero de Rivas-Vaciamadrid, a dos minutos de donde vivía. Los opíparos desayunos de entonces le permitían a uno deshidratarse al calor de un sol justiciero y al son de infinidades de patadas a un balón reglamentario, rasguñándonos siempre las rodillas en el amago de imitar a nuestras deidades brasileñas, es decir a Pelé, a Zico, a Eder, y a un sinfín de otros dioses a los que rendíamos más culto que a ningún otro, ateos como éramos desde tan jovencitos, y desde mucho antes. El Cola-Cao era cien mil veces mejor que el Nesquik, sobre todo en invierno (en verano, en frío, el Nesquik se deshacía mejor), aunque no sabía que pronto me vería atrapado por la seducción y la magia de un café que se hacía irrenunciable e irresistible. Ése día, mientras La Bruja Avería se montaba un monólogo sobre la cultura y los medios de comunicación manipulados, mi madre se dirigió a mí y me dio su particular noticia:



- Nos vamos, Míguel, nos vamos a Santander.



- ¿Cuándo? -pregunté extrañado-.


- Pronto, muy pronto -me dijo, acariciándome suavemente, intentando consolarme-.


La noticia me llegó como una punzada, mientras Alaska se descojonaba de risa, alborozosamente, en la caja tonta. Tonta fue la cara que se me quedó a mí también. El mundo se precipitó velozmente hacia las profundidades cuando me planteé dejar de ver a mis amigos para irme a una ciudad desconocida, fría y húmeda, lejana.





Pero así fue como a mediados de septiembre amanecí en una ciudad distinta en la que el mar se contorsionaba a menos de cien metros, las gaviotas controlaban el espacio aéreo y el acento de los foráneos les hacía a éstos divertidos canturreadores extrañados por conocer extrañamente a uno que fuera de Madrid, a uno de la capital allí de vecino. Era poco antes de que en Madrid Tierno Galván nos hiciese brotar las lágrimas a todos los madrileños, aun en la pubertad que marcaba el ciclo de mi vida. Pero antes de todo eso, recién llegado a la nueva ciudad, en una tarde de recogimiento, marché solitario hacia la playa más cercana a mi casa y me dediqué a una afición que poco tiempo atrás me había cautivado, la de saltar y correr emulando a las grandes leyendas africanas o magrebís, deseando algún día competir en algún estadio para saborear alguna vez el éxito de un triunfo, un ansiado triunfo. Infancia soñadora, añorada, creativa, mágica infancia cuya huella se antoja grata cuando nos la deja. En fin, que andaba yo dando rienda suelta a mi imaginación en una playa solitaria (la playa de Los Peligros), cuando un señor mayor se me acercó y me pidió que saltara otra vez, porque decía haberle gustado mi estilo. Salté una vez más, imitando a la que era mi estrella, el controvertido Bob Beamon, que ostentaba la marca mundial de 8,90 metros de entonces. Mi ridículo salto emocionó a la solitaria figura de ese hombre maduro (¿o anciano?) que, caliente como estaba al sabor de unos tintos que eran la rutina del día a día, se entretenía gobernando una escuela de atletismo en Santander, de mediocridad considerable pero de expediente intachable, siempre intentando levantar, en el deportivo sentido de la palabra, alguna medalla o algún diploma que otro. Así que ese mismo sábado, a mis doce años, comenzaba a asistir imperdonablemente a todos los entrenamientos habidos y por haber, hasta convertirme pronto en el más asiduo de todos los que allí, sobre los jardines del espectacular Palacio de la Magdalena, nos dejábamos las piernas sábado tras sábado. Porque luego empezaron los entrenamientos de los martes, los de los jueves, las progresiones, las marcas que se superan, y las competiciones de todos los domingos. El sueño: correr entre los grandes alguna vez, encontrándose todas las semanas con los obstáculos que suponían las piernas de algún que otro pueril pasiego, finas y raudas extremidades que te dejaban siempre en la estacada. Pero soñamos, como se espera soñar cuando se es un niño, experto en la elaboración de fantasías. Y soñamos con ser algún día una estrella del atletismo.




Hoy me acuerdo de lo que para mí era una estrella de este deporte, si no algo comparado a una deidad terrenal que disfruta de todos los caprichos que la vida le depara por su especial habilidad para correr la distancia que le echasen. Hoy me acuerdo de esas estrellas, cuando, con treinta y cinco años leo que dos estrellas del atletismo keniano han sido asesinadas por las feas virulencias con las que naufraga su país, a día de hoy en una guerra de tribus. Rindo homenaje al maratoniano Wesley Ngetich, fallecido el pasado martes tras recibir el impacto de una fecha envenenada, y a Lucas Sang, relevista en el equipo olímpico de 4x400 en Seúl 88, asesinado el último día de 2007. A día de hoy, una de las mejores atletas del mundo, la keniana Jepleting, está amenazada de muerte y no puede, por supuesto, entrenarse como las demás atletas. Aún así, sigue ganando. Ésas son las estrellas con las que mi imaginación fantaseaba hace ya unos años, en esa ciudad gris de nubes y barcos que embarcaban y que se alejaban, mientras yo les observaba por una ventana.

lunes, 28 de enero de 2008

DE NUEVO ME HAS DADO LA VIDA




Por su mente limpia circulaba una voz en off. La claridad y la tranquilidad que acompañaban a esa voz dulcificaban los pensamientos de esa bella chica, llamada Azul, pensamientos que aún estaban contaminados por las tristes sensaciones que desde hacía ya un buen tiempo le habían venido acompañando. Su mirada se dispersaba a través de las mágicas ondas que el agua del lago ofrecía, expandiéndose armoniosamente. Nadie la observaba, ella miraba el agua, absorta como estaba.








Decidió adentrarse en el lago y juguetear con sus dulces aguas. Éstas, transparentes, invitaban a una danza marina y su cuerpo volátil se sumergía en ellas, a la par que la refrescaban del despiadado sol que en aquél rincón del interior africano se mostraba imperioso e impertinente. Un cocodrilo observaba ahora la escena.





Azul empezó a silbar. Su melodía se escuchaba suavemente en aquél lugar apacible. Era una música alegre.




Buiko oyó sus silbidos desde el otro lado del valle, acelerados por el ritmo suave del viento, inusual y agradable en esos días del verano. Atraído por la bella melodía, Buiko abandonó su lanza junto a un árbol y se asomó por un hueco que dejaba la montaña. Contempló a una bella muchacha desnuda disfrutando del agua mientras silbaba. La escena era tierna. La rubia turista se mecía los cabellos y el agua nítida proyectaba su delgada silueta, de belleza inusitada, bajo un silencio sepulcral en una escena que parecía divina.
Pero cerca, muy cerca, un cocodrilo retenía el momento de abalanzarse sobre ella. Era cuestión de pocos segundos. Se movía muy lentamente, con perspicacia. Buiko sabía perfectamente lo que tenía que hacer en ese momento. Se acercó sigilosamente a su lanza y retornó al hueco desde el que se asomaba al lago. De pronto, hizo un movimiento brusco, acelerado, con su atlético brazo, y lanzó la lanza justamente en la orilla, de forma súbita, enfrente de ella, sin que el cocodrilo se percatase. Ella abandonó de pronto su actitud lúdica y sus pensamientos inocuos y se alertó, de golpe, al observar que un serio peligro le acechaba. Entonces vio al cocodrilo, le vio moverse, estaba a cierta distancia. Ella corrió hacia la orilla; el reptil se abalanzó. Consiguió escapar, en una cuestión de segundos, en un susto sobrecogedor, dejando detrás al mastodóntico animal que ahora retornaba buceando, defraudado.

Buiko silbó a la chica. Lo hizo en clave de tribu, avisándola amistosamente. Ella entendió el mensaje y vio al nativo haciendo señas pacíficas con su lanza, desde lejos. Se acercaron y se encontraron en un rellano.


- ¿Estás bien? -le dijo Buiko.




- Sí, gracias -ella le extendía la mano y él se la apretaba- Muchas gracias, de verdad, me despisté por completo. Un error tonto.




- Comprendo, muy tonto. Ahí no poder tú bañarte. Nunca. En el lago mejor nunca.




- Sí, tienes razón. Es que... he sentido una voz grata hoy, conmigo, que me ha acompañado y... me he olvidado de todo, por completo. Me he...


- Tranquila -le replicó Buiko- ¿Tú querer conocer a mi familia?


- ¡Claro!. ¿Por qué no? -Azul se sentía tranquila ahora-.





Marcharon juntos, caminando entre piedras y matorrales, siguiendo el rumbo que el nativo iba indicando. Se dijeron sus nombres mientras desaparecían por un camino que ella desconocía. Mientras andaban, Buiko le dijo:




- Tú decir que una voz te acompañó.



- Sí, una voz.



- Yo no entender nada.



- Tranquilo. Yo te explico. Mi hijo me ha hablado.



- ¿Tienes un hijo?



- No. Nunca lo tuve.




Buiko le miró extrañado, confuso. Ella continuó.




- Nunca tuve un hijo y nunca lo tendré, pero hoy, cuando descansaba en el lago, la voz de mi hijo, el que nunca llegó a esta vida cuando estuvo a punto de nacer, me ha hablado y me ha hecho sentir que estaba conmigo. Era una voz pueril, ingenua, divina.





Buiko andaba más confuso todavía. Continuaron andando. El camino les llevó a una aldea cercana. Una multitud de niños salieron a su paso. Se dirigieron hacia una cabaña de paja que tenía la puerta abierta. Varias personas aguardaban dentro. Buiko le presentó a algunos familiares. Una mujer, anciana, hablaba con Buiko, mientras Azul no entendía nada de lo que decían. La mujer anciana le ofreció una infusión, mientras continuaba hablando con Buiko y mirando a Azul un tanto desconfiada. Se acercó a ella. Le dirigió unas palabras ininteligibles. Buiko le tradujo:


- Dice que esperar, tú esperar.




La anciana desapareció de la habitación por una puerta carcomida. Azul permaneció intranquila, buscando la mirada de Buiko, que no le apaciguaba. La mujer anciana regresó al instante, esta vez con un bebé en la mano, que lloraba angustiosamente. Y pronunció unas palabras.




- Dice que es tuyo -añadió Buiko-. Que lo cuides.



Ella comprendió que los llantos de ese niño se correspondían por completo con la voz del niño que había escuchado en el lago. Le miró a los ojos. El bebé sonrió. Comprendió que era el hijo que nunca pudo tener. Entonces unas lágrimas dulces se derramaron como una lluvia inesperada. Sólo dijo, estremecida:
- Gracias otra vez... De nuevo me has dado la vida.




sábado, 26 de enero de 2008

¿Y ESTA FOTO QUÉ TE SUGIERE? (MÓNTATE OTRO RELATO)


La chica de la melena rojiza meneaba sus manos con soltura mientras lavaba en el río los atuendos de la familia. Canturreaba una melodía tribal, una canción festiva que se refería a la alegría y al enamoramiento, mientras la agradable brisa acariciaba suavemente sus rojizos cabellos. Los pájaros trinaban y la calma reinaba en aquel lugar, presa de un sol que se mostraba generoso y de un cielo abierto y azul que le sugería unos vivos recuerdos de grandes momentos pasados. Mientras ella, la chica de la melena rojiza, jugaba refrescándose con el agua cristalina del río, oyó a lo lejos cómo los hombres de la tribu regresaban de la cacería de todos los días.
Hizo un hatillo para recoger las ropas lavadas y se dirigió hacia la cueva, donde cierta alegría se respiraba en el ambiente. Los hombres festejaban la caza de un jabalí mientras las mujeres, alegres también, se reunían para crear unas brasas con las que asar la pieza. Los cánticos tribales se oían hasta encima de la colina y desde allí los lobos parecían alterarse, aun sin ánimo de invadir la cabaña de estos prehistóricos humanos que gozaban familiarmente de su triunfo. Pero el chico de las manos robustas se encontraba pensativo y apenas decía nada cuando la chica de la melena rojiza se acercaba a él en busca de una respuesta. Ella, disgustada, frotaba las piedras en busca del esperado y deidificado fuego, preguntándose repetidamente el porqué del abatimiento de ese chico de las manos robustas que ahora salía de la cueva y sobre una roca se sentaba, pensativo, intentando dibujar en la arena del suelo, con una pequeña rama, y bajo la espectacular luz de luna que parecía dibujarse ya en el paisaje, un símbolo, de pocas líneas, que pudiese resumir su letargo inexplicado, su emoción incontrolada.
Entonces ella, que permanecía intrigada en el interior de la cueva y que había conseguido ya que las ascuas fueran llamas, se dirigió a la gran mujer serpiente negra, sabia de la tribu, y le dirigió unas muecas que pudiesen desembocar en una complicidad con la angustia que le carcomía por sus adentros y ella, la gran mujer serpiente negra, le entendió perfectamente. Asintió con la cabeza. Se dio media vuelta y tomó con su mano una pequeña rama que tenía a su alcance. Y le dibujó una escena. La chica de la melena rojiza entendió su mensaje. El chico de las manos robustas desaparecía en mitad de la cacería y nadie sabía su paradero durante buena parte del recorrido del sol, tampoco nadie se lo había preguntado. Entonces ella, la chica del pelo rojizo, salió en busca del chico al que tanto deseaba pero con el que no llegó a encontrar nunca la conexión esperada y le encontró sobre una roca sentado.
Con sus robustas manos, el chico intentaba dibujar ese símbolo que una vez borraba y otra vez volvía a intentar plasmar. Ella se acercó a él, con un caminar inocente, dulce, expectante. Le dirigió varias muecas, quizás alterándose al hacerlo. Tomó una pequeña rama e intentó dibujar, como pudo, su preocupación, junto al extraño símbolo que había dibujado él, el cual no entendía en absoluto. Y él no parecía decir nada. Ella se alteraba más, subía el tono de su voz, desconfiaba de él plenamente, incluso le hacía algunos reproches despectivos. Él no se inmutaba, ni siquiera miraba a la guapa chica de la melena rojiza.
Ella decidió marcharse, en dirección a la cueva, pero él le gritó, empezó a llorar, se derrumbó en el suelo, empezó a patalear. Ella se dio la media vuelta y se dirigió a él, extrañada, aun con intención de consolarle. Él, presa de las lágrimas, le dio una explicación. Tomó la rama de nuevo y dibujó. Intentó explicarle a ella que, mientras sus compañeros cazaban, él, enamorado como estaba, no tenía fuerzas para tanto desgaste y sólo se preocupaba de prepararle un regalo a ella, un buen regalo que expresase todo el amor que sentía por ella y que permaneciese eterno y oculto, por los tiempos de los tiempos, en algún rincón mágico que algún día fuese el hogar de su nueva familia. Ella se derrumbó, incluso se le escapó una lágrima que le cosquilleaba. Y él, con su mano robusta, tomó la delicada mano de la chica del pelo rojizo y la acompañó hasta el rincón de una desconocida cueva cercana en la que le enseñó tiernamente lo que tanto tiempo había estado haciendo, mientras sus compañeros cazaban. Una pintura que significaba que ninguna guerra podría con la fuerza del amor que él sentía por ella. Por primera vez, se besaron.
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jueves, 24 de enero de 2008

CUANDO LA PUBLICIDAD ES BUENA (II)


Colección de publicidades varias cargadas de ingenio recogida en la siguiente web. Algunas de las obras son francamente admirables.


miércoles, 23 de enero de 2008

LOS MIL EUROS QUE OFRECE RAJOY A LAS MUJERES O LA PANACEA DE LOS NECIOS.


¿Son los mil euros que propone Rajoy para las mujeres que trabajen fuera de casa una panacea o se trata simplemente de un desvarío más de los de Rajoy?. Contestar a esta pregunta implica echar una mirada a la realidad. Cierto es que las mujeres cobran un 25% menos, de media, que los hombres en España y también que su representación en el mercado laboral es cuantitativamente inferior a la de éstos, aunque cierto es también que hasta hacía poco la formación de las mujeres había sido inferior a la de los hombres y su incorporación al mercado de trabajo más tardía, fruto todo ello de una discriminación que se ha mantenido culturalmente desde los ancestros. Lo que es también cierto es que la discriminación remunerativa sigue existiendo a igual trabajo desempeñado por personas de distinto género, además de que el currículum de ambos ya está equiparado a día de hoy. El problema evidente que suscita esta realidad anima a los políticos a ofrecer panaceas electorales destinadas a solucionar la situación. El PP, por voz de su caricaturesco Mariano Rajoy, ofrece una: una deducción fiscal de cuantía invariable por valor de mil euros en cómputo anual para todas las mujeres que desarrollen un contrato de trabajo fuera de casa. ¿Esta solución responde a un análisis elaborado de la realidad y a un estudio detallado de sus efectos y consecuencias?. ¿O es simplemente algo que se le ha ocurrido a esa cabeza pensante de Rajoy en un momento de inspiración cuando se encontraba cabizbajo ante los informes sobre algún pronóstico electoral?. Reflexionemos.





El artículo 31 de nuestra Constitución dice: "Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica". En ningún momento la norma reina se refiere a hacer ninguna discriminación por razón del género, luego el planteamiento de Rajoy no encaja por aquí. Además, podemos plantear una pregunta. ¿Qué ocurriría con esas mujeres que en igualdad de condiciones que el hombre, con los mismos salarios por las mismas funciones, se vieran también agraciadas con esta medida fiscal?. La solución, motivada por la injusticia social que supone la discriminación de género, daría lugar a nuevas situaciones de desigualdad. Además, las mujeres con elevadas retribuciones salariales tendrían las mismas deducciones que las más discriminadas, las que además tuviesen los salarios más bajos. ¿Qué tipo de igualdad propone esta medida?. ¿Y en base a qué fundamento constitucional se justifica?. La justificación podría ser otra. La desigualdad existe. Utilicemos medidas positivas que equilibren la situación, que el Estado intervenga para corregir el desequilibrio. Aquí Rajoy ha visto un filón. Pero es que son muchas las medidas que pueden plantearse. En primer lugar, que si nuestro derecho ya reconoce el principio de "a igual trabajo, igual salario", ¿por qué no plantearnos una medida para hacer efectivo el cumplimiento de este derecho?. Se puede hablar también de medidas que fomenten los planes de igualdad en las empresas, que concilien la vida laboral y familiar, que mejoren la empleabilidad de las mujeres, medidas varias, pero en cualquier caso medidas que ofrecen soluciones lentas en el tiempo, derivadas de un proceso continuado y laborioso, obteniéndose logros paulatinamente, evaluándose los resultados, analizando las situaciones generadas, hasta que alguna vez fuese real y universal la igualdad entre el hombre y la mujer. Pero... ¿deducir mil euros a todas las mujeres trabajadoras?, ¿en base a qué principio se hace?, ¿el objetivo es entonces captar los votos de algunas mujeres indecisas?. Por favor, Rajoy, que se te ha visto el plumero. Que el dinero tampoco debe sobrar cuando tenéis en tantas comunidades autónomas totalmente abandonada la tan esperada por tantos Ley de Dependencia, capítulo que sería otro, dada la inequívoca predisposición de nuestra Esperanza Aguirre a que no se cumpla. Porque nos intentas hacer creer que con esta medida tan simple el problema se soluciona y lo único que consigues es tapar el agujero y de paso llevarte unas cuantas papeletas el 9 de marzo. Pareces un engendro de los franceses que, con el objetivo de conseguir la paridad electoral, han permitido que los partidos políticos puedan evadir esa norma a cambio de pagar una multa. Osea, con dinero se han intentado olvidar del problema. Venga, Rajoy, ofrécenos una idea un poco más elaborada, que todavía tienes tiempo hasta el 9 de marzo.

sábado, 19 de enero de 2008

¿QUÉ TE SUGIERE ESTA FOTO? (MÓNTATE UN RELATO)


Desde el año 1874, cuando las pinceladas del artista creador habían dado origen a la tierna y fraternal escena de Constantino jugando con sus hermanas, todo permanecía inmóvil y vital al mismo tiempo. Nada había cambiado desde entonces, durante más de un siglo, tiempo tras el que todo permanecía inmutable y quieto al mismo tiempo, a la vez que se sucedía la magia de una manera incesante, eterna. Constantino era el mayor de los cuatro hermanos que correteaban a sus anchas por el Palacio Real de Aranjuez cuando llegaba la primavera. Bajo la tutela de sus padres, que en Palacio desempeñaban funciones varias, los niños pulían su felicidad a costa de caídas, juegos variopintos, alegría desbordada y buenos cuidados, completamente al margen de cualquier otra preocupación. El pintor de la Corte consiguió inmortalizar a los cuatro niños, hacia los que el mismo Rey guardaba un cariño especial, en un momento lúdico representado por una escena en la que los cuatro jugaban a la pelota. Pero la magia contenida en la pintura propició que esos niños mantuvieran su vida, inmóvil por otra parte, pero cargada de emociones que ellos mismos sufrían por los siglos venideros, anclados como estaban en un óleo por el que discurría una savia que los mantenía vivos, llenos de emociones. Los niños continuaron felices, disfrutando de su eterno juego, mientras los curiosos espectadores que transitaban por el museo y se acercaban al cuadro, se recreaban con la magia de sus pinceladas, ajenos a todo lo que, tras los colores pastel, venía a sucederse.
Un día, Claudia, la más pequeña de las hermanas, tuvo un sueño, allá por el año 1998, que contó a sus hermanos presa de una emoción contenida. Les contó que un duende le había sobresaltado mientras dormía, y que le había dicho que estaba muy cansado, harto cansado, de vivir eternamente y que motivado por tal agotamiento había decidido traspasar la frontera de la magia e inmiscuirse por la realidad mortal, hasta llegar a la realidad de cuatro niños que gozaban felices de los encantos que les deparaban los jardines de un palacio real. Así se le había presentado el duende, que le decía: "traspásala, traspasa la frontera" y mágicamente desaparecía después. Claudia contó lentamente a sus hermanos su sueño y les preguntó si creían también ellos que pudieran traspasar la frontera invisible que les tenía aprisionados, si creían que era posible abandonar el cuadro que los eternizaba. Constantino dudó de las ensoñaciones de su hermana, no entendía el concepto de la mortalidad, la no eternidad. Los otros hermanos se confiaron al ingenio de Claudia y se animaron a traspasar los límites del marco, aun considerando que nada pudiera haber detrás. Finalmente, Constantino, viéndose solo, se desperezó y siguió a sus hermanas, admirándose cuando todo un mundo efímero se mostraba ante su mirada.
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jueves, 17 de enero de 2008

¿CON QUIÉN HE DORMIDO ANOCHE?

En su mesilla, el teléfono móvil sonaba y vibraba martirizantemente. Era la alarma vespertina, pero el alcohol le mantenía en un sueño celestial, entre algodones y risas alborozadas, y la grosera melodía del móvil comenzaba a encontrar un hueco propio hasta convertirse en una súbita y estridente aclamación, como cuando uno disfruta de su vuelo y, de pronto, se topa de bruces con el suelo. Pero la resaca era tremenda y apenas hacía dos horas que se había acostado, su cabeza parecía una caja metálica atravesada por afiladas agujas y ella ya no estaba. Era imposible ese día no ir a la oficina, pensaba, pues su jefe estaría a primera hora esperándole para explicarle unas funciones nuevas. Había que levantarse de golpe, como pensaba que se levantaban los soldados en la mili, a pesar de que él había sido, ya hace años, objetor de conciencia. Directo a la ducha, no reparó en que ella le había dejado una nota en la mesa del salón. Cuando salió del baño, con el albornoz desaliñado por las prisas, leyó lentamente, empezando otra vez desde el principio, cada una de las frases que ella le había dejado en ese trozo de cartón que ahora tenía un valor inusitado. Se quedó pensativo. Dudó en principio. Luego reflexionó.




¿Era ella la chica del bar de anoche?. ¿O...?. ¿Quién era la chica con la que se había acostado?. Recordaba la última chica con la que había hablado en el bar. No recordaba nada más posteriormente. Pero a esa chica la había conocido esa misma noche y en la nota ponía: "Ayer fue como la primera vez que nos conocimos". ¿Con quién se había acostado?. No podía visualizar la cara de quien había estado pasando la noche en su casa y solo le venía la de la chica del bar, a la que juraba no haber visto con anterioridad. ¿A qué se refería con lo de "la primera vez que nos conocimos"?. No salía de su duda. Entonces se vistió y se marchó a la oficina.





Después de que su jefe le hubiese aleccionado con inútiles instrucciones que luego demostrarían ser ineficaces, él cargó con el montón de papeles y se dirigió atareado a su mesa, cuando el teléfono sonaba tortuosamente.



- Ediciones XXX... Dígame
- Hola YYY... ¿qué tal estás?
- Bien, ¿y tú?




Él no sabía con quién estaba hablando, aunque su voz le resultaba muy familiar.



- Espabilada ya, aunque con un poco de resaca -le dijo-
- Pero, ¿quién...?
- ¿Quién está peor?. Seguro que yo, que me he levantado antes que tú.



Le corrió un escalofrío por el cuerpo. Pensó que era la chica con la que se había acostado la noche anterior, pero ¿quién coño era?, pensó.



- Pero tú no bebiste tanto como yo. El whisky a mí me deja echo polvo -pensó que si le decía lo que bebía podía quizás identificarla-
- A mí el whisky no me deja mal, pero ayer fumé mucho.



¿Quién bebe whisky?, pensó, ¿con quién estaba hablando?. Su voz le recordaba a la de Nuria, una ex novia que tuvo años atrás.



- Tú antes no fumabas.
- Nunca he fumado.



Podía ser ella.



- ¿Dónde estás? -le preguntó él-
- En la escuela, los niños están en el recreo.



Nuria era cuidadora de niños, pero hacía mucho que no la veía, no podía ser ella.



- Te quería preguntar una cosa -le dijo-.
- Dime.
- Oye, ¿cuánto hacía que no nos veíamos?
- ¿Cuándo?
- Ayer.
- Ayer te conocí, YYY. ¿Por qué me preguntas eso?
- Por la nota que me dejaste.
- ¿Qué nota?



Él colgó el teléfono. Le temblaba todo el cuerpo, el corazón se le había alterado y por las manos se deslizaba el sudor pudorosamente. Sonó de nuevo el teléfono. Dudó de cogerlo. Su compañera de despacho le miró descaradamente. Finalmente se abalanzó al auricular.



- ¿Sííí?. Ediciones...
- ¿YYY?, ¿me oyes?.
- Te oigo, dime, es que se ha cortado.
- ¿De qué nota me hablabas?
- No, nada, es que me he liado.



No podía preguntarle quién era, se moriría de vergüenza si ella se daba cuenta de su desconocimiento. Entonces carraspeó, y dijo:



- ¿Te lo pasate bien anoche?
- Yo sí, tú no sé -eso le desconcertó- ¿Te lo pasate tú bien con la chica con la que te fuiste?
- ¿Con quién me fui?
- Tú sabrás.
- Mira, está claro, esta tarde quedamos y te cuento todo, ¿vale?, ahora tengo mucho trabajo.
- Vale. ¿A las 6 dónde?
- En la Puerta del sol. En el Oso y el Madroño.
- Allí estaré.





Un escalofrío le corrió por el cuerpo. Al menos cuando llegara a la cita comprobaría que la chica con la que había quedado era la chica a la que había conocido la noche anterior. Pero... ¿quién le había dejado la nota?, ¿con quién se había acostado?.




A las seis en punto estaba clavado y puntual en el Oso y el Madroño. Esperó diez minutos. Se le acercó una desconocida.
- Hola, YYY.
- Hola, ¿quién eres? -le dijo-.
- Has quedado aquí conmigo a las seis. ¿Se te ha olvidado?


Entonces se fijó en su cara. Le sonaba mucho. Anoche estuvo hablando con ella, le debió dar su teléfono. Ahora se acordaba de cuando se despidieron. Le dijo que se iba a dormir, que madrugaba al día siguiente. Y alguien más estaba con ellos.
- Había quedado contigo, sí. ¿a qué hora te fuiste tú? -le preguntó a ella-
- Poco después que tú -le contestó ella-. ¿Fuiste a dormir o te fuiste con esa chica?.
- Si te digo la verdad, no lo sé.
- Pues que sepas que a esa chica la conozco, y yo no me fiaría de ella.
- ¿De qué la conoces?
- Se llama Nuria. Iba a clase con nosotras, nunca fue de fiar.



De pronto, cayó en la cuenta. Se refería a su ex, a Nuria, a la cuidadora de niños. Se acordó que la había visto anoche, de pronto se acordó, pero no recordaba qué había hablado con ella, ni nada más, tampoco si había dormido con ella, ni siquiera si habían marchado juntos. Pensó en la nota, tenía que ser suya. Decía "Ayer fue como la primera vez que nos conocimos. Mi enamoramiento ahora es tal que me vienen a la cabeza recuerdos como si fueran regalos que me hace el pasado". Se dio cuenta de que la persona a la que tanto había amado en el pasado había pasado la noche en su cama, y ahora le ofrecía una oportunidad.



- La chica de ayer era una amiga -le dijo él a ella-. Y ahora disculpa pero me tengo que ir.



La dejó allí plantada, bajo las nubes que decoraban la madrileña Puerta del Sol. Se fue extasiado, sin decir nada más, creyendo olvidada la noche anterior pero teniendo claro que alguien le estaba esperando, alguien que para él era muy especial. Marchó por la calle Carretas, comprobó la agenda de su móvil. No tenía grabado su teléfono, quizás se lo hubiese dado a ella. Era cuestión de esperar a que su móvil sonase, esta vez plácidamente.

martes, 15 de enero de 2008

PARA LOS BLOGGEROS

Habrá quien lo conozca y habrá quien no. Yo lo he conocido a través del Desván de Luna (http://eldesvandeluna.blogspot.com) y me ha parecido una herramienta alucinante para personalizar los blogs. Tengo que seguir probando todas las posibilidades que ofrece. De momento, su calidad me ha parecido tal como para linkearlo. Besos.

lunes, 14 de enero de 2008

CORAZONES ARTIFICIALES, CORAZONES ETERNOS


Gustavo escuchaba en el telediario de un bar de la calle Montera una noticia que le había dejado a cuadros. Pensó en mí varias veces seguidas, siguiendo nuestro código virtual, el que pactamos juntos. Y yo me presenté, como de costumbre, al instante, sobrevolando la ciudad de Madrid, intentando identificarle desde las alturas. Parecía estar hechizado, embelesado, extasiado, esta vez caminando por entre la multitud de la Gran Vía, exclamando con su verborrea los designios de la neotecnología que le habían sobrexaltado a través de una simpática presentadora de telediario en un bar cualquiera. Irradiaba euforia con sus movimientos espídicos, algo incontrolados.

- ¿Has oído, Abismo? Corazones artificiales, corazones hechos de tejidos de roedores.
- Sí -le decía yo, traspasando a la muchedumbre mientras irradiaba a mi paso derroches de energía abismal con los que contagiaba a los peatones-. El futuro ya está aquí, Gustavo, bienvenido.
- Pero es que es alucinante, Abismo - alargando el alucinaaaaante. Y lo repetía dirigiéndose a los que le observaban-
- Los americanos, Gustavo, los americanos. Esto es el futuro. Pero te veo esta vez sobreexcitado, sobremanera-le dije-.
- Mucho. Me quiero llenar de sensaciones gratificantes, Abismo - se escurría fácilmente entre tanta gente, entre tanto calor humano mezclado con la fría brisa de enero, y sonreía cálidamente a quien se encontraba-. Quiero que mi corazón sea eterno -añadía-.
- ¿Por qué, Gustavo, para qué un corazón eterno? -intentaba entenderle-
- Quiero que mi corazón desborde de alegría y si es así y al final revienta, deseo que me pongan un corazón de tejidos de ratas que, aunque ya no bombee como lo hace el mío, el de ahora, sea eterno y dure, porque estoy seguro de que las sensaciones que me habré llevado con el mío, el de ahora, serán eternas e inimitables, Abismo, inigualables.
- Ya lo creo, Gustavo.


Pensé en preguntarle qué entendía por eternidad, pero comprobé que ya no necesitaba nada más de mí, que había comprendido lo que necesitaba comprender, que quizás ese no fuese el sitio en el que tenía que estar. Alguien ya se comunicaba conmigo bajo otro código, con otras esperanzas, otras inquietudes, lejos de donde estaba. Así que me evaporé al instante, mientras observaba a Gustavo como continuaba exhausto tras tanto sobresalto y se perdía por la calle Preciados, realmente ensimismado, pero lejano ya de los pensamientos tortuosos sobre La Lucy, que tanto le habían atormentado y los cuales finalmente había dejado aparcados. Pronto averiguaré el alcance de sus temores.



NOTA: El trasplante de corazones artificiales es una posibilidad teórica en cirugía cardiovascular, pero la generación de un órgano de ese tipo no es fácil ya que requiere reproducir la arquitectura cardíaca, que existan los componentes celulares adecuados y funcione la actividad de bombeo. No obstante, un experimento de la Universidad de Minnesota ha dado buenos resultados tras comprobar que tejidos de células de ratas muertas y vivas se podían combinar y producir en incubación órganos que funcionan exactamente igual que un corazón, contrayéndose y bombeando. Todo un hallazgo. Pero si será posible construir humanos que no enfermen, ¿qué será de todo esto?. Atisben, atisben, no se corten.

martes, 8 de enero de 2008

DESDE PEÑÍSCOLA A MARRAKECH, SENSACIONES

Después de mucho tiempo sin dejarme ver por este blog, me satisface plenamente hacerlo ahora y por fin volver a escribir aquí, totalmente abismado por regresar de una etapa que me ha servido la misma vida y que probablemente no olvide jamás.
Todo empezó el pasado martes 18 de diciembre, cuando Manuela había (mal) dormido la noche anterior en el hospital, con su madre enferma y una sensación de ajetreo nocturno, y yo trabajaba en la oficina, intentando centrarme en lo mío aunque pendiente siempre de que me pudiera llamar ella, por el delicado estado de su madre. A las doce del mediodía, mi móvil, efectivamente, sonó. Manuela me llamaba desde el portal de su casa, a la que había ido a ducharse después de la intranquila noche que había pasado en el hospital, y me comunicaba lo que acababan de transmitirle: la muerte de su madre.








Mi periplo comenzó ese mismo día, con un viaje relámpago en tren hasta la templada y aseada Valencia, en el que un desenvuelto comercial del textil que viajaba a Xátiva me contó su vida y hasta se empeñó en invitarme a un cubata en la cafetería del tren, satisfaciendo su ansiado deseo de echarse un poquito del whisky sobrante en un vaso con un poco de agua y sin hielo. El Alaris es un tren que supera los doscientos kilómetros por hora y que según este compañero de viaje que el destino me deparó, anula toda necesidad de crear ningún otro tren todavía más veloz, como es el AVE, dado sus altos costes. Un comentario que invitaba a la reflexión, todo sin que el pelo se nos desaliñase y algunos ordenadores portátiles reprodujesen películas o mp3 para sus entretenidos y viajeros dueños. En Valencia, tiempo para un cigarrillo especial y vuelta al Talgo con destino a Benicarló, donde Rubén me recogería rumbo a Peñíscola.





Al día siguiente, el tanatorio, luego el entierro, luego la necesaria soledad posterior, alejados de todo ruido clamoroso de un vecindario que sin duda apreciaba a la difunta madre. Unos días de los que no me apetece decir más, pero que me pusieron de lleno en contacto con la misma muerte y que me motivaron reflexiones varias sobre la vida y la salud, sobre el sufrimiento y sobre el goce, sobre la felicidad y sobre los desatinos que se clavan como una puñalada fría en el pecho, sobre los malos y sobre los grandes momentos que la vida nos sirve como un cocktail endiablado o a veces aderezado del mismo éxtasis convertido en nirvana, como habitualmente me sucede cuando una muerte o una enfermedad se acerca a mi entorno. Las reflexiones encontraron su distracción en una mudanza improvisada que batió records de tiempo y hasta en unas goteras generosas que encontraron su cauce por entre las paredes del edificio entero donde buena parte de la familia de Manuela, incluida ella, habitaba. Así que cubos y mantas a tutiplen y una humedad que nos empapaba los huesos demostraron que el ser humano se hace fuerte cuando la naturaleza se muestra mansa y peligrosa a la vez, a la que hay que enfrentarse. El problema lo solucionamos, después de haber incluso tomado decisiones harto ingeniosas como la de cubrir el edificio entero con una improvisada lona gigante. Sin humedades, la mudanza hecha y unas dosis de cariño y compañía para con el padre de Manuela, fuertemente apenado, los deberes urgentes los realizamos y el viaje deseado y hasta hacía poco imposible que teníamos contratado, rumbo a Marrakech, por seis días, incluidos el de la nochevieja, era ahora factible y necesario para ambos. Un fin de semana como paréntesis en Madrid, donde me sorprendió mi amigo Jordi, el que vive en Denver, llamándome para verme ese mismo fin de semana en la capital. Hubo fiesta, la que seguramente no disfrutaríamos en el país musulmán. Y así volamos con EasyJet a Marrakech, el mismo día en que acababa el año.



El viaje ha sido de los de recordar. La ciudad está embadurnada de toda la magia que despierta el país, en todas sus extensiones, y el cual incluso debe el nombre a esta ciudad que tiene un color rojizo y que está aromatizada por olores exóticos, a veces apestosos, con la hierbabuena como herramienta para el paseo por la zona donde los curtidores muestran sus ancestrales técnicas al turista que les fotografía. Ciudad del regateo, del comercio hospitalario, amurallada, con miles de rincones, de calles estrechas, totalmente sincronizada a pesar del caos que la envuelve, bajo los cánticos que desde los múltiples minaretes invitan al rezo y a la reflexión. Ciudad amable, hospitalaria, segura a pesar de la pesadez con que algunos te sobresaltan, a los que nos encarábamos con las técnicas más sutiles para que nos dejasen continuar con nuestro paseo incesante. Nochevieja distinta, también celebrada, esperada, vestida de fiesta, pero de otra fiesta, más callejera, clamorosa, ardiente, en torno a una cena distinta, menos familiar, más lúdica, de contacto con la gente, consistente en unas salchichas en pan de pita y con tomate natural en el marco de uno de los variados chiringuitos que pueblan la todopoderosa y céntrica plaza de Jemaa El Fna (pocas ciudades tienen una plaza tan representativa de la misma ciudad). Una cena diferente, sin uvas, sin ostentaciones, sin alcohol, con la mente despierta para desayunarse el amanecer de esta ciudad que nunca duerme.






Un pueblo que ama España, que ama, todos lo hacen, el fútbol español (allí la mitad es del Barça, la otra del Madrid), se interesan por Europa, te increpan si eres mujer llamándote "María José", por si aciertan, o te replican que en Madrid no hay playa, como en Marrakech, te ofrecen sus casas para invitarte a un espectacular cous-cous rematado con un vaso de algo así como el yogur natural, todos te ofrecen de todo y si no, te preguntan por lo que buscas. Fuman calidades pocas veces vistas en España. Todos fuman, al menos así me pareció. Conocimos a Yusef, a su mujer, a Naser, también, ¡cómo no!, a Mohamed, a muchos de los que no recordamos sus nombres, todos muy respetuosos con nosotros. Compartimos vivencias con mi amiga Sara Párbole, que estaba con tres amigas más en un hotel cercano. Cenamos con ellas en un sitio exquisito en la decoración, también hicimos una excursión juntos, a la montaña, al Atlas, al mismo escenario de la película Babel, de geografías imposibles y arcillosas, a Ouarzazate, donde un guía irónico, con el que nos reímos y al que su sonrisa delataba las oquedades de su dentadura, había participado como extra en esa misma película y en otras cincuenta y tantas (publico su foto bajo la ornamentación que simula a la del pavo real, en la kashba que nos enseñó, por si alguien le reconoce en Babel). Por cierto, que la kashba que visitamos, que en árabe quiere decir castillo, no era más que el lugar idílico que construido de barro y paja inteligentemente mezclada (el conocido adobe) bajo unos conceptos arquitectónicos del todo avanzados para la época servía de marco para que un pachá poderoso y lascivo se sirviese de todo un harem de veintitantas mujeres, de entre las que destacaba una turca por su belleza, pero que no siendo mujer oficial del pachá, despertaba en él toda la atracción que las mujeres bereberes (esposas oficiales y madres de sus primeros hijos) no alcanzaban. Y allí disponía de todas a su antojo, cuando y como quería. La excursión no mereció la pena, demasiada carretera para solo un día. Quizás hubiese sido más interesante la excursión a Essaouira, lugar del que mucha gente nos habló, incluida una amiga de Peñíscola, que se llama Margarita y que la vimos en el mismo momento en que nos marchábamos de Peñíscola.









Al menos nos quedaban unos días más en Marrakech. Días de paseos por la medina, de compras regateadas tras las que surgían proyectos de amistad, de fotografías vivas, de contemplación de la arquitectura árabe, de sus laberintos ideados para perderse por entre sus sólidos muros de adobe, del deleite que supuso la limpieza total y espiritual que supuso adentrarse en un hamam para que te aseasen, te embadurnasen, te masajeasen. Era como estar en las mil y una noches, dentro de un palacete de ornamentaciones algebraicas y azulejos impactantes, rodeado de bellezas exóticas destinadas a satisfacer tu equilibrio espiritual con un mimo que rozaba lo artístico. Todo un lujo inolvidable. Días de altas temperaturas de enero y de un sol que acostumbra a decorar la ciudad, también de una lluvia engorrosa que nos sorprendió. Precios escandalosamente bajos para un eurohabitante que es siempre bienvenido y que te muestran la cara más oculta de las desigualdades de la globalización, ese fenómeno económico, social y cultural que nos quieren vender como beneficioso, a toda vista también destructivo e incongruente.







Ciudad de contrastes, en todo caso, siempre en armonía. Visitamos el barrio judío, espectacular. La religión está muy presente, aunque no todos la practican, aun considerándose creyentes prácticamente todos. Su Alá parece ser también justo y davidoso, como cualquier Dios, como todos los Dioses. Y su religión pretende también ser justa, sin compartir con nadie el horror de ver la sangre derramada. Yusef me pretendía hacer creer que el 11-M había sido obra de ETA, y me esforcé en desmontarle su teoría, hablándole de mi ateismo y de mis creencias en el poder que el ser humano podría tener estrechando sus manos. Él me brindó su confianza; yo la mía. Me entendí con ellos como en su día me entendí con las gentes de Bilbao. Me sentí agraciado por haber visitado esta ciudad. Uno de esos viajes que te iluminan por dentro en tu transitar por la vida, uno de esos viajes con la magia presentemente acompañándote. Manuela desconectó del todo. Ahora le ayudo a superar su dolor, al menos he recogido fuerzas para ello.