martes, 15 de diciembre de 2009

RESETEO INSPIRADOR Y ADIÓS A UNA DÉCADA

Desde hace unos días, parece como si no tuviera nada de qué escribir, como si la inspiración se hubiera esfumado a modo de corriente de aire. Puede que quizás, también, fueran tantas cosas las que quisiera abarcar que no supiera por dónde empezar. Quizás porque si me centrase únicamente en un solo tema, dejaría olvidados otros más importantes. O quizás porque mi etapa de cambios sea precisamente eso, de cambios. ¿Será una etapa de poca ilusión por la escritura?, ¿de estado inerte?, ¿o será una etapa de convulsiones en mi vida que me lleven a tener que vivirla por encima de querer plasmarla en un papel? Por otra parte, ésta ha sido una etapa de leer a nuevos autores, algunos muy jóvenes como Paolo Giordano (sensacional su soledad de los números primos), lo cual me ha llevado a dejarme fascinar por su alta sensibilidad, por encima del deseo de hacer transmitir mis inquietudes, a las que puedo ver, a veces, tan rancias como descatalogadas, necesitadas de ser invadidas por nuevos conceptos.


Es posible que ande buscando un camino como un astronauta que intenta colonizar la luna y no sabe por dónde empezar al situar la bandera. Mi casa, reformada de arriba a abajo, es un cráter desconocido en el que acoplar mis cosas con delicadeza, día a día, en un período de vacaciones largas que el viernes inicio. La ilusión que genera la novedad mantiene siempre vivo el espíritu; siempre he pensado eso. Entonces me han invadido unas ganas considerables de desprenderme de todos mis enseres, de resetearme y de empezar con todo de nuevo. Parecía que llegaba la hora, fatal y bienavenida al mismo tiempo, de dar por sentada una vida antes de bendecir otra nueva, distinta. En realidad, todo era una falsa ilusión. En nada nos parecemos a los ordenadores; nuestro Alt+Ctrl+Supr no es tan efectivo como quimérico. Así que continuamos por una misma senda, una que hemos borrado previamente con una goma e intentamos ahora que no se parezca a sí misma, para después colorearla utilizando un paquete de lápices recién estrenado.



Acabaron los días y las noches estresantes, los miedos infundados que nos perseguían hasta la adolescencia y las emociones artificiosas producidas por querer correr en la vida, por querer acelerar los acontecimientos que ya llegarían. La vida se hace más pausada, como si entrara en una carretera sinuosa después de una veloz autopista a sabiendas de que después vendrá el camino de tierra. Después de ver cómo los demás pasaban acelerados por el cristal de la ventanilla, ahora uno observa el paisaje y se hace un alto en el camino para encender un pitillo y sentir el frío en la mejilla.



Sin querer desprenderse nunca del elixir de la juventud del que ningún ser vivo cabal querría hacerlo, y sabiendo que el divino tesoro es sólo un concepto, desapegado en su totalidad del valor de la edad, no se trata de entrar en consideraciones sobre el metraje que cada uno ha vivido, ni siquiera porque mi cumpleaños esté a unos días, ni porque la primera década del nuevo siglo se esté esfumando, sino de entender que la vida pasa, que pasa la vida.



La ilusión es el barrote de hierro por el que nos abrazamos antes de dejarnos caer por el columpio de la vida. Sin ese barrote, dejaríamos de jugar y nos moriríamos aburridos fuera del perímetro del parque. La ilusión la dan los amigos, las personas, los viajes, los grandes momentos. Mucho de lo demás, poco o nada importa. Es por ello que la vida siempre se hace interesante, a cualquier edad. Incluso cuando uno ya está expirando, todavía la vida le importa. Se hace bonita en cada una de las fases por las que transcurre. Nunca me pareció nada más tierno que ver a un anciano contento y vital, disfrutando como cuando era un chaval. La ternura de su sonrisa y de sus ojos contentos agrietados por las venas siempre me llamó la atención.
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Por eso, ahora que nada tenía de qué escribir, y ahora que sigo reseteando mi disco duro, haciendo por que la inspiración no desaparezca y nos deje ser libres, cuento un poquito de mí y deseo a todos que las mejores cosas estén por venir en una década que se empezará a escribir en unos días. Por cierto, la década de los ochenta, la de los noventa. ¿Y cómo han venido a llamar a la que ya acaba?

jueves, 12 de noviembre de 2009

DEL DESAPEGO AL RENACER DE TELÉSCOPO



Me refiero a un telescopio gigante llamado Teléscopo que vivía anclado en un observatorio espacial de una isla perdida del Índico. Medía más de veinte metros de altura y estaba fabricado por casi cinco toneladas de acero inoxidable. Los datos que generaba eran analizados por unos concienzudos investigadores de bata blanca que cuchicheaban palabras ininteligibles sobre una hilera de asientos acolchados en el interior de una sala oval repleta de monitores. Además, estos científicos locos andaban inmiscuídos entre números y fórmulas matemáticas, sin comprender la belleza anumérica que se escondía detrás. Teléscopo les mantenía informados en todo momento, nunca les engañaba; apenas transmitía las imágenes con las que tanto se deleitaba en su labor diaria de observar el espacio.


Éste le mostraba sus encantos en su totalidad; sus colores, sus formas, su armonía, sus leves modificaciones con el paso del tiempo, todo siempre bajo el grato silencio de la calma. El cosmos le hablaba con una melodiosa voz y le mostraba el don de una belleza pura y sensacional. Teléscopo reaccionaba con una quietud silenciosa y el paso del tiempo dejaba en él una huella de asombro y respeto, acogiendo con agrado el conocimiento de la magia fantástica que despuntaba ante sus lentes. Se enorgullecía de ser el primero y principal espectador de aquel espectáculo tan formidable. Sólo transmitía imágenes. Sus pensamientos los guardaba consigo, sólo a él le pertenecían.


Pero Teléscopo vivía enfrentado a dos realidades distintas y contrapuestas; el mundo de su mirada hacia el exterior y el mundo de sus raíces ancladas en el terreno más firme. La realidad que se mostraba ante sus inmensas lentes era la de un mundo de sueños y fantasías, de irrealidades y quimeras, de imaginación y de cosas que vienen y van, etéreas y volátiles, fugaces como las estrellas. Todo lo que ante sus lentes se mostraba era la inmensidad del espacio y del conocimiento total, las leyes de la física abstracta e intangible, el abismal mundo del que procedemos y al que nos dirigimos, el mundo de la totalidad. No obstante, todo esto era efímero.


La confrontación surgía cuando se daba cuenta de que vivía anclado por tres enormes patas a la tierra más sólida. Un enorme trípode le tenía sustentado a la tierra más arraigada, al mundo de las costumbres y de los apegos, de la familia y las previsiones de futuro, del calor del hogar, del ahorro, el mundo de la particularidad y de la consistencia material. Teléscopo era accionado cada día por unos seres humanos que vivían apegados por sus piernas al suelo más firme. Teléscopo no podía desquitarse del mundo de los apegos. Vivía entre dos mundos.


Una mañana, Teléscopo despertó con esta contradicción. Al observar el esplendoroso brillo de una supernova, su trípode se bamboleó como si le hubiese sobrecogido una sensación de éxtasis. Su hasta ahora consistente lazo de unión que le anclaba a aquella isla del Índico se esfumó de un plumazo. Era como si quisiese salir volando de allí, como si quisiera integrarse de una estampida con el cosmos, como si sus piernas nada más necesitasen de aquel pavimento firme de cemento, como cuando uno se desentiende de todo. Su intención de desquitarse de la carga pesada de las cosas ancladas le llevó a no creer en su cuerpo, a querer salir de él. Escapó de sí mismo y se quiso desentender del particular mundo de los humanos, tan centrados en cuestiones matemáticas y ecuaciones imposibles. Entendió que la lógica matemática no tenía razón de ser frente a la revitalizadora y magnificiente contemplación del Universo.

Un día, Teléscopo se apagó. Dejó de transmitir imágenes. Entendió que su misión había finalizado, que no tenía sentido nada de lo que hacía, que, en realidad, nunca había sido comprendido. Su sabiduría del cosmos duerme en paz y nada ya volverá a enturbiarla. Los científicos se preocupan fallidamente de que vuelva a serles útil. No entienden qué le pasa. Él, sin embargo, lo entiende todo. Ha comprendido que, al desapegarse de lo que es inútil, ha vuelto a renacer de nuevo.

jueves, 8 de octubre de 2009

EL LABERINTO DE GUSTAVO

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Gustavo se había encerrado en un laberinto más de la vida. Atravesaba pasillos de paredes acristaladas que todavía le permitían ver lo que le rodeaba por fuera. Tomaba una y otra dirección sin ser consciente de por qué lo hacía. Comprendía que aquella parcela de su vida se caracterizaba por la comodidad y la rutina, y todavía podía ver que, fuera de aquel laberinto, la vida transcurría alegremente y con sobresaltos. Se consideró atascado. Deambuló unos días más por aquellos caminos tristes que no conducían a ninguna parte, consciente de que no se veía en ningún lugar concreto de cuantos se mostraban tras el cristal. Era como visionar una película en la que no había papel para él. Las paredes de aquel recinto se enmohecían y se oscurecían; escondían y mimetizaban lo que se encontraba detrás; el laberinto se convertía en una ilusión y sus calles se iluminaban esforzándose en ofrecerse como una sugerente elección. La noche invadía el exterior y la luz penetraba en el interior de aquel sinsentido, como el mendrugo de pan que le ofrecen al reo para hacer llevadera su estancia en la celda, quien se esfuerza por resignarse a la dureza de la condena.
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Entonces, se dio cuenta de que el laberinto poseía una connotación carcelaria y decidió limpiar los cristales mugrientos. Se imaginó fuera de aquellos muros, pasando frío, teniendo sueño, sintiéndose solo. Pensó que encontraría una manta para atraer el calor, un camastro para dar rienda a sus sueños y una pizca de humanidad que se convirtiera en su más fiel compañera. Decidió romper el cristal y abandonarse a la soledad. Su caminar, ahora, era más seguro. Y el recinto abandonado, desde fuera, se mostraba como un laberinto limitado, estrecho, circunscrito. La libertad le cogía de la mano y le llevaba a dar una vuelta. Ya no se sentía solo. Comprendía que, sin duda, había acertado.

viernes, 2 de octubre de 2009

AMORES IMPOSIBLES


Una mañana de agosto me levanté con una extraña sensación. Después de desayunar, lo primero que hice fue encender el ordenador y abrir el correo. Ocho mensajes nuevos. Ofertas publicitarias, boletines informativos, también chorradas que me envía una amiga y... un correo inesperado, de remitente desconocido. ¿Será un virus?, pienso. En el asunto: ¿Me recibes?. Remitente: una tal Mónica Lagos. Ni idea. Los virus, pienso, suelen venir en correos sugerentes. Y éste, desde luego, que lo era. La curiosidad puede a mi responsabilidad por la seguridad. Sé que mis archivos importantes los almaceno en un disco duro externo y que, a las malas, serán necesarias dos horas de formateo, así que no dudo en abrirlo. He ahí mi sorpresa, leyendo con atención y curiosidad, alucinando cuando me doy cuenta de quién es esa Mónica Lagos. No puedo entenderlo, no me lo puedo creer. Continúo leyendo. Al terminar, releo otra vez. No quiero saber que mi desayuno matutino también ha sido objeto de un sueño febril. Lo de pellizcarme, no suelo hacerlo, no vaya a ser que siga siendo fruto de Morfeo. Sólo con que el pensamiento discurra por mi cabeza, sé que todo lo que leo es tan real como la vida misma.
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Cuando apenas tenía seis años, mi padre, que era comercial de electrodomésticos, marchó a Alemania en uno de sus viajes de negocios. Corría el año 1984. Después de un tiempo, le preguntaba a mi madre por qué tardaba tanto en volver. Nunca me daba una respuesta convincente. Fueron meses, luego años. Finalmente, la eternidad. Nunca volví a saber de él. Mi madre, menos. Yo no tenía hermanos. Crecí con mi madre y con mi abuela. Y me casé; con Dioslinda. Ahora, recibo un correo dominical. Lo entiendo todo. Mi padre conoció a una murciana afincada en Offenburg y recién divorciada. Tuvieron tres hijas; de 21, 18 y 12 años de edad. Mónica es la mayor. Dice que desea verme con la mayor prontitud. La contesto citándola en la Puerta del Sol, una tarde de jueves en la que la luna llena se dejaba ver anticipando la noche.
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Me enamoré nada más verla. ¿Ésa era mi hermana?, pensé. Me saludó efusivamente. Me agarró de la mano y la acompañé a una cafetería próxima. Las dos horas de charla dulce se convirtieron en un revulsivo para los momentos de desconcierto que habían marcado mis últimos días. Su voz transparente y sus movimientos acompasados, la seguridad en sus emociones y la fascinación con la que adornaba sus comentarios se convirtieron en una punzada a mi corazón herido. Me habló muy bien de mi padre, también de nuestras hermanas, y hasta de sus sentimientos más íntimos. Lo que desconocía es que se trataba de la mujer más bella que había visto jamás. Pensé que era mala suerte el que fuera mi hermana y no una cualquiera, para poder abordarla con la entrega de mi pasión. Dejé que mis sentimientos no me traicionasen y continué escuchándola. Al finalizar, me dijo: "Es una pena. Me gustas un montón. Es una pena que seamos hermanos". Entonces la besé, incondicionalmente, con descaro. Ella se dejó llevar por mi entrega. Nos agrarramos de las manos y nos confesamos nuestras devociones. Al salir del café, me dijo que se tenía que ir, que me llamaría. Hoy, a primeros de octubre, todavía sigo oliendo el perfume que dejó en mi jersey.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

SECUESTRADO POR LA VIDA EFÍMERA EN UNA HABITACIÓN AZUL

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Gustavo pasaba largas horas releyendo novelas llevadas al cine, para sentarse luego frente a la pantalla al sabor del mate y del picoteo de cualquier cosa, hasta aprenderse los diálogos completos. Dejaba que el tiempo fluyese hasta un destino inconcreto y carente de matices, apenas consciente de que había sufrido una severa derrota en la vida y de que sólo el tiempo ocioso y difuso le conduciría a un equilibrio, vigoroso, que le permitiese abandonar ese estado incierto.



Eran momentos en que el tiempo no existía y en que ninguno de sus actos tenía un sentido concreto o coherente. El nihilismo le había secuestrado en su habitación azul como un tormento que le hubiera dejado una expresión triste, ausente, incluso extraviada. La soledad se había convertido en el único refugio seguro para sus cábalas contrariadas y su estado anímico se extinguía al amparo de un sofá cómodo sobre el que se acurrucaba imbuído por sus sueños, los que todavía, ahora, no podía llevar a cabo. Se agarraba a las citas de los grandes maestros y se imaginaba partícipe de sus proezas.



Comprendía que se había transformado en un paciente de la vida, aquél que padeciese una vida en vez de estar viviéndola, aquél que terminaba por flagelarse con los desatinos y con las manías de los otros en una lectura incesante, mientras el camino propio adquiría una forma irregular y centrípeta, como si la misma vida le hubiese secuestrado en una habitación azul.


Sólo había una forma de sobornar a su secuestradora: escapar de aquella pasividad agotadora, aunar todas las fuerzas y lanzarse al mundo decidido, como un pájaro cuando busca un nuevo nido. Antes de que Lauren Bacall cayese rendida a los pies del formidable Bogart en El Sueño Eterno, decidió apagar el dvd y lanzarse a la jungla asfáltica. Los sueños tenían que materializarse. Decidió que aquel día sería el principio de otra nueva película.

jueves, 10 de septiembre de 2009

ÁFRICA: AMOR Y MÚSICA QUE SE HACE ESPERAR

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Tomando café, uno de mis compañeros de la Facul me relató su viaje al Congo. Me habló de los caminos perdidos de tierra y polvo, de las miradas inocentes en los rostros que delatan las experiencias más duras, de los escenarios de muerte y desolación, pero también de amor profundo, que llenan impunemente las calles; me transmitió el valor distinto que tiene el concepto del tiempo, el cual, incluso, muchas veces parece como si no existiese; también me habló del magnetismo que alcanza la música, que a todos hace iguales, de las vastas praderas en las que todos los animales, indefensos, se exponen a diario al peligro, de los niños de edad indefinida y ojos brillantes cuyas sonrisas tiernas te animan a que te acerques a ellos, de la humanidad que se respira en torno a las hogueras nocturnas, en donde la gente se une más, si cabe, agarrándose las manos y cantando al unísono, de los colores con los que se pintan los cielos al atardecer, y hasta del caos organizado que reina en cualquier parte. Pero, sobre todo, enfatizó sobre los dos motivos que le aferraron a aquella tierra, los que le mantuvieron en una sintonía constante con el mundo, ausente de toda incoherencia propia del lugar del que procedía; el amor y la música.


Me contó que un día, cuando llegó a una extensa explanada en la que una multitud se encontraba bajo la luna resplandeciente, comprobó que la música alegre hermanaba y creaba lazos cariñosos entre ellos, les emparentaba, les demostraba que estaban vivos... cayó en la cuenta de que la capacidad de amar era la fuerza que les hacía a todos iguales. Me contó que si algo caracterizaba al continente africano, por encima de todas las cosas, era la humanidad.



Así que pensé en los millones y millones de africanos que, olvidados por Occidente, habían decidido vivir en una armonía desinteresada en la que el ritmo y la melodía te brindaban el corazón para que te quedaras con ellos eternamente y te desentendieras de todos los caprichos y sinsentidos por los que otros sacrificaban sus vidas. Pensé que si algo importaba, por encima de todo lo demás, era vivir en sintonía con el mundo, sentirse vivo, alegre... vivir la vida..., Pensé que sería de majaretas madrugar y madrugar para pagar una hipoteca y ni siquiera tener tiempo de disfrutar la casa. Pensé, además, que la vida estaba en la calle, en el contacto con los demás, con el aire puro... la filosofía de encerrarnos en nuestro nido familiar era descabalada. Vivir para trabajar era de psiquiátrico. Con mis pensamientos al ralentí, nos despedimos al salir del café, y continué calle abajo.



Al entrar en el metro para irme a casa, tropecé con un vendedor de La Farola, aparentemente africano. Le pregunté de dónde era, del Congo me dijo. Gasté los diez euros que me quedaban en periódicos que luego repartí a los que pasaban. Me acompañó, subió a mi casa. Su presencia aportó un toque de magia a mi hogar. No dejó de hablarme de lugares que desconocía, me contó los cuentos, historias y leyendas más fascinantes que jamás había oído. Mi cámara de fotos sigue ahí, en su sitio, esperando que algún día la lleve conmigo. África sigue esperando.

miércoles, 19 de agosto de 2009

FELICIDADES MENCÍA!!, FELICIDADES MIGUEL!!


A la peque preciosa, con dos días de retraso
Al grandullón encantador, con dos de adelanto
Así no os quejáis, jeje.... OS QUIERO!!!

martes, 18 de agosto de 2009

INSPIRACIÓN


Se sentó en las escaleras del zaguán y empezó a leer la carta. Hacía más de tres años de la marcha de su amigo y no había vuelto a oír de él. El papel estaba húmedo y emborronado. Pensó, durante un momento, en la dura travesía de la misiva, y después dejó que fluyera su imaginación...


¡Cuánto ha cambiado!, pensó, mientras la leía. En otros momentos, comprendió que su amigo era el mismo de siempre. Le encantaba releerle y reencontrársele, se deleitaba en el empeño. Había días en que en aquel pueblo perdido sólo se escuchaba a las palomas. Cualquier experiencia humana era bienvenida en aquél páramo de Extremadura. Además, fue su mejor amigo. Ahora le contaba que había comprado una parcela en un pueblo de León y que había plantado una variada gama de especies venidas de todo el planeta. Todavía no estaban hermosas, decía, había que esperar. Deseaba enseñárselas ansiosamente, antes de que la vida humana se extinguiese definitivamente.


La frase le recordó a la de otro amigo que no dejaba de hablar de lo mismo. ¡Qué de alarmismo!, pensó. Y continuó leyendo. La poderosa plaga viral se extenderá por la faz de la Tierra y acabará hasta con los mosquitos. Apenas los insectos inmunes y las bacterias más minúsculas lograrán sobrevivir. Las odiosas cucarachas serán las herederas de nuestro paraíso abandonado. Todo, por la mano asesina del hombre, apenas preocupado por el fatídico poderío económico. Las Torres Gemelas fueron obra de los Estados Unidos. Los iluminatis, herederos del imperio faraónico, continúan esparcidos en uno y otro lado del mundo, aliados en una kafkiana y maquiavélica conspiración en la que únicamente los dólares son importantes. A tomar por vientos, el espacio natural, las especies animales. Acabarán hasta con el hombre. Yo, me he refugiado en un páramo que pueda estar protegido de tanta contaminación y me he creado mi pequeño paraíso. A ver si vienes a verme, antes de que todo se acabe.


Sintió compasión por su amigo. Plegó la carta y se marchó dándole vueltas y más vueltas a todo lo que decía. Se acostó divagando y continuó haciéndolo entre sueños. Al levantarse, la idea le vino en primer lugar a la cabeza. Aunque no empatizaba con su viejo amigo, pensó que su trabajo como profesor en un pueblo de Extremadura le tenía anclado para toda la vida, en un lugar falto de interés y exento de experiencias realmente importantes. La ilusión con la que su amigo había emprendido su proyecto le llevó a tomar una determinación, pensando en que si el mundo no iba a extinguirse, su recorrido vital moriría empobrecido.


Así que empezó a ahorrar para que, en el tiempo que le quedaba para solicitar una posible excedencia, acumulase una cantidad suficiente que le permitiese vivir un mínimo de dos años en cualquier otro lugar del mundo. Pensó en la India. Nunca había estado allí, pero había escuchado muchas experiencias sobre ese país. Creyó que su inglés y sus ahorros le permitirían participar en proyectos diferentes cargados todos de vitalidad e ilusión. La vida se consumía, pensaba. Sin embargo, se sentía fuerte y con espíritu de aventura. Así es cómo se marchó al subcontinente.


Todo lo bueno y todo lo malo que experimentó es otro capítulo. El caso es que, hoy en día, pasados los años, no quiere saber nada. Nos echa de menos, dice. Pero no os preocupéis, sé que volveremos a verle. Algún día.

ASTURIAS Y SUS PICUS DE EUROPA, SIN PALABRAS














jueves, 23 de julio de 2009

MI ABUELITA NOS DIJO ADIÓS


Suenan los tambores lejanos anunciando mi final. Camino lentamente por una senda polvorienta mientras soy impelida por unos embrutecidas sanitarias. Tum tum tum, el eco se repite una y otra vez, no hay vuelta atrás. De repente, me sueltan y mi cuerpo se desvanece como un muelle. Las sábanas rugosas están calientes, pero nadie me ofrece un gesto compasivo. Por un momento, pienso que formo parte de un rito sagrado ancestral y que ofrecen mi alma a los dioses como sacrificio por los bienes recibidos. Probablemente, me corten la cabeza y la inunden en un vino que, después, beberán alegremente. Mi existencia termina aquí, en un hospital perdido de Madrid. Por fin, descubro que no he sido raptada por ninguna tribu, que ésta es la realidad. Mi vejez me ha enclaustrado en un edificio gris gobernado por fortachonas que me cambian los pañales a base de pellizcos. Mi sino ha alcanzado un lamentable estado en el que preferiría haber sido secuestrada por los indígenas. Es la misma sociedad la que me sacrifica ahora, la que me dice que ya no valgo para nada. Sé que, sin duda, llegué a ser útil, y a ser querida. Pero acabé inconsciente. De haberlo sabido, me hubiera ido antes.

martes, 7 de julio de 2009

LA HUELLA IMBORRABLE DE QUIEN DESPARECIÓ POR UNOS OJOS AZULES

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Tengo un recuerdo que no se me va de la cabeza. Es una imagen. Un niño y yo, jugando, aupados en una única bici, a la búsqueda de un tesoro desaparecido. La escena me viene nítida, aunque no distingo del todo bien los colores. Todo empezó por el Tío Román, que siempre fantaseaba con la búsqueda de un arca perdida, pequeña y brillante, expoliada en tiempos remotos y de valor incalculable. Nos hacía pasar horas investigando por los exteriores de su casa, entretenidos en nuestra heroica hazaña contra matorrales y empapados por la lluvia molesta, aunque, quizás, pienso ahora que con la intención de que le dejáramos en paz y con dedicación plena a su botella de ron. La verdad es que nos divertíamos mucho. Nunca encontrábamos nada que no fuera unas llaves perdidas o un bolso vacío.
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De aquel niño tengo muchos recuerdos; se llamaba Jesús, era el primo de mi vecina, Merce. Me acuerdo de su voz de pito, de su hermano Pablo, de lo espartano que era subir los escalones de su casa, de que siempre iba en pantalones cortos y de que le chiflaban los polos de limón. Pero mi mejor recuerdo viene del día en que encontramos el tesoro, así lo denominó mi tío. En realidad, no sabíamos lo que era. Un maletín lleno de papeles que no valían para nada, eso era lo que pensamos. El Tío Román nos dijo que no era el arca perdida, pero que, sin duda, era un tesoro en toda regla. Por lo visto, le dio para comprarse una casa en la playa. Mi tío era muy listo. De un montón de papeles y papeles, hacía unas llamadas - conocía a mucha gente-, y convertía el maletín en pasta gansa, fresca y libre de impuestos, como decía mi hermano Jaime. Yo quería ser como él de mayor. Y nunca se me olvidará la cara que puso al comprobar el contenido de esos papeles.

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Pero hay una cosa que no recuerdo. Mi amigo, ¿cómo se apellidaba?, ¿dónde podría localizarle?. En realidad, creo que no le volví a ver jamás. Todo fue por unas fotos, de una niña que nos pareció guapísima. Aparecieron en el maletín. Sus ojos azules nos cautivaron y Jesús me quitó los retratos de la mano. Me dijo: "me tengo que casar con ella".

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Esa niña se llamaba Rebeca, Rebeca Simarro. Lo supe unos años después, cuando la vi ganar un concurso de belleza por la televisión. Se me ocurrió que si la buscaba a ella, quizás podía encontrarle a él. Desde aquellas fotos no sé nada de mi amigo, le imagino ahora muy atractivo y siempre supe que conseguía lo que se proponía. Me encantaría saber de ese niño que desapareció embelesado por unos ojos azules. En algún momento, pienso si yo era incompatible en su camino, pero desapareció con aquellas fotos dejando una importante huella en mi recuerdo. Vivía con la sensación de que encontró a aquella mujer. Cuando se marchaba, me dijo, mirándome fijamente a los ojos: "recuerda, no hables de esto a nadie, eres mi mejor amigo".

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Han pasado años de aquel suceso. La verdad es que logré encontrar a Rebeca Simarro en la red. Y conseguí que contestara a mi pregunta. No conocía a ningún Jesús. Me quedé con una importante duda sabiendo que mi amigo podría estar deambulando por el centro de Madrid sin que nos reconociéramos cuando nos viésemos. Alguna mujer le habrá perdido, creo que vivía con ese sino. Esté donde esté, sé que algún día le daré un abrazo, intenso y cargado de emociones. Con él cerraré el círculo de las dudas que todavía tengo. Si me lees, recoge ya ese abrazo y espera a que nos encontremos. Los amigos de la infancia dejan una huella imborrable.

sábado, 23 de mayo de 2009

EXTRACTO DE MI PROYECTO "ZABALETA"


La causa de que Zabaleta ya se hubiera dirigido por su cuenta a la consulta del Doctor León en este hospital era la de que, tras un verano de 1991, de intensas hermandades con el ácido lisérgico, con lecturas de autores como Rimbaud, Baudelaire o Aldoux Husley -este último con un ensayo titulado Las Puertas de las Percepción, que decía en su epílogo que “Si las puertas de la percepción quedaran difuminadas, todo se mostraría al hombre tal cual es... infinito”-y bajo los acordes de Jimy Hendrix, Jim Morrison, Bob Marley o The Beatles–-, todo se vino abajo.
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En el campo, con los amigos de su eterno barrio de Lavapiés, fusionando la extra percepción de los papeles secantes con las lecturas atormentadas de autores hipersensibles y pasionales, los sentimientos se exponenciaron hasta límites desconocidos para alcanzar un momento en que lo que era un orden o una ley natural, una comprensión absoluta, se convirtió en una caída hacia un abismo en el que nada cuadraba y todo carecía de sentido.

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Las fantasías de un mundo utópico en el que las conciencias se bañaban de oníricas ilusiones y de viajes al interior para mostrar el lado amoroso del alma se contraponían con las realidades inequívocas del raciocinio y de todo lo que había estudiado, fruto de otras conciencias no conocedoras del subliminal mundo de las alteraciones de la percepción. El ácido lisérgico, y las pastillas de éxtasis antes, le habían llevado a creer que no tenía sentido nada de lo que estudiaba en otras lecturas paralelas esforzadas en desentrañar el lado oculto de los escondites del alma y que formaban parte de todos los estudios sociológicos de los que se había empapado en la Universidad.

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Esa situación de confrontación de pensamientos daría lugar a una lucha interior que precipitaría hacia una derrota de todo dogmatismo y que daría lugar a que postulase en favor de la psicodelia y de la moralidad bajo otros cánones, los de la bondad y los de la belleza, embarcado en una visión filosófica nihilista que apenas creía en que la sociedad que le rodeaba había asumido una concepción pesimista del mundo y de la vida, por lo que había que ir contra ella, en una actitud más propia del distanciamiento que del combate.

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Ahora, se encontraba con escritores como Husley, que se reunían con médicos para analizar el verdadero comportamiento de las drogas psicodélicas. Y descubría todo un mundo interior que no le habían enseñado los catedráticos y que se podría desenmascarar con una apertura de las puertas de la percepción, propiciada por un consumo controlado de sustancias psicotrópicas.

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El mundo de los ideales de Weber, considerado el padre de la sociología moderna, en torno a las facetas racional y sentimental del ser humano, no era el mismo que el que estos escritores defendían con tanta literatura, y quienes habían sido, hasta entonces, unos desconocidos para él. Pero se parecía. Un mundo epicúreo se contraponía a una paralela visión del hombre como lobo para el hombre, que auspiciaba Hobbes y que ofrecía una visión de la sociedad que no se correspondía con la de Zabaleta. Él creía entender esta nueva concepción y se embriagaba de la poesía incomprendida de Rimbaud. Pero Husley le avisaba, al final de su libro, de los peligros acuciantes de una enfermedad llamada esquizofrenia derivados del uso incontrolado de estas sustancias. Entonces, se alertó.

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Marchó a la biblioteca de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense y tomó personalmente un tratado sobre la esquizofrenia. Comprobó que determinados síntomas –falta de hilaridad en las conversaciones, sentimientos permanentes de miedo injustificado, alteraciones en el sueño, etc.- se habían apoderado de él. El libro corroboraba ese estado anímico que le había sobrevenido, tras un verano en el que todo parecía ser colorido y todas las ideas encajaban una detrás de la otra. Ahora, todo era confusión y sensación de angustia, de vivir incómodo. Y esos síntomas de esa enfermedad fatídica explicaban su situación presente.

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La enfermedad, leía, tenía un alto componente genético. Y se acordaba de la experiencia de su tío paterno, el Tío Román, que acabó estrellando su coche por un precipicio después de que, tiempo atrás, se le hubiese diagnosticado la misma enfermedad crónica que ahora tenía enfrente, plasmada en un tratado. Comprendía entonces que ese mal le había alcanzado, pero leía que existía un efectivo tratamiento médico para controlar sus efectos. Y pensó, entonces, en acudir a un psiquiatra.

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Por un motivo del seguro que tenían concertado en la familia, Zabaleta se puso en contacto con la secretaria del Hospital Psiquiátrico Nuestra Señora de la Paz, y ésta le citó para el Doctor León. Por entonces, el doctor le diagnosticó una pequeña crisis de ansiedad y le habló de que ello era frecuente en determinados momentos del desarrollo, en la época de la adolescencia y la juventud, aunque también pudiera darse en edades más avanzadas, como la suya, y que también tendría su peso relativo el hecho de que hubiese consumido ácido lisérgico en repetidas ocasiones, lo que Zabaleta le había confesado. Pero le remarcó que no debía de alarmarse tanto y menos consultar por sí solo lecturas de las que él no era experto y que sólo le confundirían más. Le recetó Lexatin, un ansiolítico que le calmaría y que debería consumir todas las noches y mañanas de los siguientes seis meses.

lunes, 11 de mayo de 2009

DE CUANDO TOMÓ CONCIENCIA DE SÍ MISMA, FRENTE AL ATOMIUM


Una de mis mejores amigas me contó lo que le sucedió un lunes de enero, en Bruselas, el día en que tomó conciencia de sí misma. Se encontraba contemplando la maravillosa y enorme estructura del Atomium, cuando su cabeza se reorganizó suavemente y llegó a comprenderlo todo. Sucedió durante una mañana en la que nada de lo demás le importaba en absoluto. Sólo quería pensar en la noche del sábado, llena de altas pasiones, de lujuria, de descarnada irradiación de sentimientos, de juegos prohibidos. Entendió que el orden y la estabilidad del átomo no se reñían con la multiforme pasión, llena de tonalidades y descaradamente atractiva. Tomó conciencia de sí misma cuando aunó la estabilidad del átomo con las disparatadas formas que la pasión podía adquirir, y comprendió que había alcanzado un estadio superior.
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Se marchó de allí feliz, con un paso aún más firme. Sabía que había alcanzado un nuevo escalón en la pendiente de la vida. Las sensaciones extremas a las que había llegado le otorgaban credibilidad a todo. Todo tenía sentido ese lunes, cuando unos días antes todo carecía de ello. Por la noche, volvería a Madrid con la sensación de haber aprendido mucho con su viaje. Su compañero había vuelto un día antes. Cuando le encontró, se sintió más cerca de él. Comprendió que no había nada que esconderle, que vivirían juntamente las mismas emociones, que se habían unido en la incansable búsqueda de la felicidad. Ya no había nada que temer.

viernes, 24 de abril de 2009

LA MÚSICA DEL VIERNES ANIMA A LAS FIERAS



Se me cae la casa encima y me levanto con energía. El viernes comienza con un manotazo al despertador y el ánimo descansado. Después de vestirme, me asomo al patio de mi corrala y el cielo azul pálido preside la escena. Atrás dejo la casa que se me cae, con un paso decidido. He optado por un paseo vespertino que sustituya a la bici que luego, por ser viernes, se pueda convertir en un estorbo. La gente pasea contenta y sin prisas. Parece que la crisis les anima a salir y a olvidarse de toda penuria. Las recientes lluvias han provocado unas sonrisas soleadas. Hay calma, y alegría. Yo, que leí un artículo ayer que me envió una bloggera respetada sobre el slow down, me dejaba llevar por las calles haciendo del presente el momento más mágico de mi vida. La Plaza de Cibeles, efervescente. El ánimo primaveral y las arboledas del Prado, una bella postal. Pero llega el momento de entrar en la oficina.
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Desde ella escribo ahora y pienso en todo lo que existe fuera de esta sala pálida en la que las teclas de los ordenadores y los teléfonos ignorados suenan como una triste melodía de una película amarga. Me quedo con la idea de que pronto abandonaré este edificio en el que sus almas están abatidas y deseosas de abandonarlo, con la lástima de que por poco tiempo y sin ninguna intención vacacional. Sólo quiero acordarme de una cosa; que el tiempo del que ahora dispongo sea intenso y no se me escape de las manos, que me cundan las emociones y que olvide que mi casa se me cae, que continúe levantándome con el ánimo positivo, y que llegue el lunes aquí otra vez habiendo disfrutado de una nueva aventura, una sensación dulce que recordar en los momentos más grises, con la confianza de que la semana se hace llevadera. En breve, estaremos tomando unas cañas haciendo también mágico ese momento. Dejaremos de ser fieras en una jaula informatizada en la que vuelan los papeles. Así es la sociedad que nos ha tocado vivir. Que gocéis y gocéis.

martes, 21 de abril de 2009

MICRORRELATOS DE LA SER: TENSIÓN CLÍNICA



Luego se fue corriendo. No quiso saber más. Ni siquiera miró hacia atrás. Corrió hacia el precipicio y se paró de súbito frente al abismo. Se quedó pensativa, meditando la contestación escuchada. Él corrió detrás, unos segundos después, gritando su nombre. El eco retumbaba a las mismas aves. Finalmente se abalanzó al infinito. Desde entonces, él quedó sordo, continúa favorablemente con el tratamiento y cada dos por tres grita el nombre de esa chica. No conoce a nadie. Ella se enganchó a un árbol y se salvó. Está afuera esperándole. “Dígale que pase”, le dije, esperando un revulsivo en el enfermo.








"Luego se fue corriendo". Así debe empezar vuestro microrrelato, por si os apetece concursar. Recordar: máximo 100 palabras sin contar la frase inicial. Vuelvo a dejaros el link. Besos y abrazos con olor a primavera!!

lunes, 20 de abril de 2009

SE ME CAE LA CASA ENCIMA



Martes por la mañana, en la oficina. Una llamada del Administrador de Fincas al móvil. Recuerdo fugazmente mis obligaciones como Presidente de la Comunidad de Vecinos, que no puedo eludir. La misma voz de siempre, enfatizando sobre cualquier asunto que se precie, la de la secretaria triste. Me dice que por fin llegarán al día siguiente los arquitectos que se enfrentarán a los problemas derivados de las vigas de mi edificio, de 1861, por supuesto de madera y carcomidas por las destructoras aguas de los cuartos húmedos. Me alegra saber que por fin se ponen manos a la obra y que se acabaron aquellos sueños atroces en los que me despertaba como polizón en la cama del vecino de abajo rodeado de cascotes. Pienso que por fin las cosas se hacen bien.




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Al día siguiente, me quedo a esperar a los arquitectos. Deciden que mi casa hay que apuntalarla, el baño y la cocina. La nevera no deberá estar en su sitio. La cocina se desmontará en su día y probablemente en el empeño se estropee y tenga que aparecer reflejada en la factura comunitaria como otro gasto aparte. Habrá que hacer una cocina y un baño nuevo, prácticamente nuevas tres plantas del edificio. Habré de mover todo el contenido de mi casa y arremolinarlo en huecos y rincones. Mi ánimo de supervivencia derrota al de la pereza.
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Ya no era sólo el temor de que la casa del tercero se abalanzase sobre la del segundo y ésta sobre la mía. También el techo de la que tengo debajo cede y sus vigas de madera se deshacen con las manos. Me había alegrado el día anterior de que por fin se pusiesen manos a la obra, pero ahora me entra el agobio de pensar que tarde o temprano me tengo que marchar. Lo peor de todo, que deberán ponerse de acuerdo todos los vecinos en lo que a presupuestos se refiere. Y esto puede conllevar mucho tiempo, mientras mi rumbo itinerante por la ciudad se llegue hasta asfixiar. Manos a la obra, a ponerse las pilas. Me llama la atención que no me derrumbo, a diferencia de mi querida casa, que hasta me pone la idea de una nueva vida en la que se sucedan las aventuras con el ánimo de querer estar vivo y despierto. Dormiré un día en un sitio y otro día en otro, qué problema hay, pienso.
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Desde entonces se suceden en mi vida las duchas en casa del colega, las comilonas como antaño en casa de mi ex, las lavadoras en casa de una y las siestas en casa del otro... Todo el mundo se presta a ayudarte. Oye, que si necesitas cualquier cosa, te pongo una lavadora. Te dejo una llave, vente cuando quieras. Me levanté el otro día de resaca, después de una noche en que el carraspeo de la nevera en mi oreja se había apoderado de mi sueño y la casa se me había caído encima, casi literalmente. ¿Dónde comeré hoy?, ¿dónde me ducharé? Era como si me hubieran dado con un mazo en la cabeza.
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Luego agarré una balleta y la pasé por la cocina. Y me aferré entre los dos puntales del baño para lavarme las manos o sentarme en el váter. Me dije, ¡si puedo seguir viviendo aquí! Y continué sabiendo que mi habitación seguiría siendo mi casa, que aún no tenía ganas de marcharme, aun sabiendo que pronto mi rumbo itinerante me llevaría a una casa y luego a otra. Aprovecho para decirte que probablemente en la tuya me asiente unos días. No quiero molestaros mucho, pero prefiero hacerlo un poquito a todos, para que no se note tanto. Intentaré dejarme aparcadas en esta casa que se cae mis más maniáticas manías.



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martes, 24 de marzo de 2009

LOS VERSOS QUE GUSTAVO SIEMPRE QUERRÁ RECORDAR




Hacía mucho tiempo que no sabía de él. Tanto tiempo... No me había necesitado, por lo que no había sentido la necesidad de reencontrármele. Gustavo había marchado lejos fruto de una necesidad vital de reorganizar sus ideas, de amoldarse la cabeza, y se había marchado a la montaña. Desde allí escribía cartas y más cartas, las cuales nunca llegaban a sus destinatarios. Las releía una y otra vez, y volvía a escribir otras nuevas, dirigidas a unas y a otros. No hablaba con nadie desde hacía varias semanas, nadie sabía exactamente dónde estaba.






El jaleo que tenía en su cabeza estaba adquiriendo una forma determinada, aunque quizás el resultado tuviera una forma de vacío inesperado, nada que ver con lo que hubiera deseado. El minutero de la vida giraba y giraba mientras nada de lo que vivía conseguía llenar ese hueco. En un pueblo perdido tomaba té y hacía un gurruño del papel que escribía con borrones. Después de tanto tiempo en que no me había necesitado, decidía ahora llamarme, y bajo nuestro código telepático entendía la urgencia de mi presencia y me plantaba en aquel valle asturiano, pidiéndole si me dejaba leer el papel engurruñado.





- ¿A quién se lo diriges, Gustavo? - le pregunté.
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- A la Lucy, Abismo, ya sabes.
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- ¿Qué te ocurre ahora con ella? -le pregunté, a pesar de que lo sabía todo.


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- Me vine al campo, a meditar, a saber lo que realmente quería, a conocer la salud de mi enamoramiento por ella.

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- Inteligente decisión -le apunté. ¿Y descubriste algo nuevo?

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Se quedó pensativo unos instantes.

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- Sí -hizo una breve pausa-. Quizás -añadió.

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- Cuéntame, Gustavo, cuéntame.
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Gustavo se acomodó en la silla, miró a lo alto y empezó a hablar pausadamente.

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- Hay días en los que me levanto contento - explicó-. Me dirijo temprano a ayudar a mis vecinos a ordeñar las vacas. Voy feliz a hacerlo. Hablo con ellos y no me acuerdo de nada más, no me aqueja ningún problema, me siento bien conmigo mismo, sonrío a todo lo que me ocurre. Pero, de pronto, se me queda la mente en blanco y me echo las manos a la cabeza. Empiezo a echarla de menos, mucho, la imagino mimosa tumbada conmigo en el sofá, rebosante de ternura, cariñosa, compartiendo una cena conmigo. Mis vecinos me preguntan si me pasa algo y no les contesto nada, me quedo como ausente. Después vengo a esta mesa, tomo un papel y un bolígrafo, y escribo todo lo que siento por ella, descargo todos mis pensamientos en el papel y encuentro un alivio con ello. Pero al final, no me queda claro nada, me invade la confusión. Destruyo el papel y me voy al bar, con cierta agitación. Allí no me acuerdo de ella, en absoluto, me río, charlo con todo el mundo, me siento libre y despreocupado. Con la resaca del día siguiente, a pesar de todo, me levanto contento y me voy de nuevo a ordeñar las vacas. El acontecimiento se vuelve a repetir.

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- Prueba a no ir al bar -le dije.

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- A veces necesito no pensar en nada, vivir el momento nada más, evadirme de lo que me aqueja, disfrutar despreocupado con las conversaciones de la gente, parece que necesito hacerlo, Abismo.

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- ¿Y por qué te has venido tan lejos? -le pregunté.

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- Porque aquí me doy cuenta si de verdad la necesito o si todo es fruto de un capricho, y aquí no la tengo cerca para estar dándola mimos un día y mareándola al día siguiente. Aquí descubriré cuánto hay de real en mi enamoramiento.

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- ¿Y cuánto crees que hay de irreal?

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- Mucho. Acabo de romper la carta que le escribía. Me acabo de dar cuenta otra vez que no. Pienso ahora en todo lo que dudaba cuando estaba con ella, la imagino comportándose de la misma manera conmigo, cuando se ponía histérica y perdía los estribos fruto de sus manías. Imagino de nuevo volver a lo mismo, y no quiero.

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- Y ese poco, ¿a qué se refiere?

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- No sé. Cuando estaba esta mañana ordeñando a las vacas... No sé. Me viene a la cabeza la idea de hacer un hogar con ella, un hogar cálido, con niños, con amor, me imagino viviendo feliz con ella.

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- Continúa unos días más en este pueblo -le dije-. Pero no vayas tanto a los bares. No hagas un gurruño del papel cuando pienses haber terminado de escribir. Guarda el papel junto a los demás. Y no los releas hasta pasado un tiempo. En vez de ir al bar, escribe sobre tus momentos de despreocupación, frivolidad y libertad. Cuando hayas hecho esto durante varias semanas, vendré a verte nuevamente. Sabrás decirme qué decisión has tomado y tu vacío se habrá llenado con el poso de haber elegido en la vida lo que realmente querías. No te preocupes, el tiempo te dará la clave.






Gustavo se levantó de la silla, deambuló por la habitación de un lado para otro y finalmente me dijo:
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- Gracias, Abismo. Continuaré escribiendo cartas de amor que no llegarán a su destino, continuaré madurando mis ideas, continuaré en este pueblo hasta que me dé cuenta de todo. Pero ahora, me apetece escribir algo.
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- Hazlo, le dije, no lo dudes.
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- Hazme un favor, Abismo.
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- El que quieras, ya lo sabes.
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- Voy a escribir una poesía - me dijo- y quiero que me la guardes, que la tengas para siempre guardada, que me la recuerdes cuando más lo necesite.
a
- Adelante -le dije.
a
Gustavo tomó otro papel y empezó a escribir de carrerilla:
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"Fin de un romance largo.
Transición hacia no sé bien dónde.
Me quedo desnudo y libre de cargas, ligero como un avión de cartulina.
Mis alas siguen intactas, desean abrirse con elegancia.
Retornará la pasión y lo emocionante en el momento menos esperado
mientras continuaré mi camino alejándome de su espesura.
Sólo así me sentiré libre y despierto.
a
Un nuevo camino se abre.
Se acabaron las postales en torno a la ermita
y la luna llena ya no será lo mismo,
el cariño oriundo de un valle acogedor,
la fe depositada en un futuro nunca existente
los besos salados y las lágrimas esparcidas por la piel que te abrazaba como una rosca.
a
Se acaba un romance largo
Ella se divierte
Yo... hago lo mismo
¿Qué siento?, me pregunto reiteradamente.
Preparo mi vuelo no sé bien hacia dónde
cierro mis ojos y sonrío al sol placentero
Es primavera, pienso.
La libertad me regalará los mejores momentos"
A
- Guárdalo -me dijo seriamente.
a
- Bonitos versos. No los olvides -le dije, con cierta ternura.
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- Te los doy para que siempre me los puedas recordar. No quiero socavarme bajo tierra en los momentos bajos con ideas sobre el amor que pudo o que no pudo ser, no quiero hundirme creyendo ideas equívocas que me consideren desdichado. Quiero que esta poesía me recuerde siempre que soy un ser libre, que nunca más me enrredaré en histéricas discusiones sin sentido, que nunca pensaré que estuve equivocado, que la libertad es el don más grande que tenemos. Quiero que siempre me recuerdes que mi camino habrá quedado para siempre libre de estupideces y de tonterías, que mi camino estará siempre abierto a las emociones de verdad.
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- Lo haré, Gustavo.
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Y me marché de súbito, con el papel de la poesía en la mano. Pensé que sería el antídoto contra sus momentos de flaqueza. No necesitaba estar más allí. Su mensaje era esperanzador. La libertad sería su arma infalible contra toda queja vital. Al verle así, sentí que se estaba curando, que adquiría armas para seguir adelante. Sus ojos me habían enseñado que no se había dormido, que continuaba luchando. Quedaba claro que no había futuro con la Lucy. También que Gustavo se iría encontrando mejor, poco a poco.
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A los diez días de aquel encuentro, Gustavo retornó a la ciudad. Había repuesto sus fuerzas; sus alas aleteaban con más virulencia. Durante un tiempo no me llamó. No volvería a tener ninguna duda sentimental hasta pasado un tiempo. Pero eso ya es otra historia. Llegaron tiempos de calma, de cierta estabilidad emocional. Por el momento, vivía frenéticamente y no me necesitaba. Se sentía feliz, en calma.