sábado, 23 de mayo de 2009

EXTRACTO DE MI PROYECTO "ZABALETA"


La causa de que Zabaleta ya se hubiera dirigido por su cuenta a la consulta del Doctor León en este hospital era la de que, tras un verano de 1991, de intensas hermandades con el ácido lisérgico, con lecturas de autores como Rimbaud, Baudelaire o Aldoux Husley -este último con un ensayo titulado Las Puertas de las Percepción, que decía en su epílogo que “Si las puertas de la percepción quedaran difuminadas, todo se mostraría al hombre tal cual es... infinito”-y bajo los acordes de Jimy Hendrix, Jim Morrison, Bob Marley o The Beatles–-, todo se vino abajo.
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En el campo, con los amigos de su eterno barrio de Lavapiés, fusionando la extra percepción de los papeles secantes con las lecturas atormentadas de autores hipersensibles y pasionales, los sentimientos se exponenciaron hasta límites desconocidos para alcanzar un momento en que lo que era un orden o una ley natural, una comprensión absoluta, se convirtió en una caída hacia un abismo en el que nada cuadraba y todo carecía de sentido.

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Las fantasías de un mundo utópico en el que las conciencias se bañaban de oníricas ilusiones y de viajes al interior para mostrar el lado amoroso del alma se contraponían con las realidades inequívocas del raciocinio y de todo lo que había estudiado, fruto de otras conciencias no conocedoras del subliminal mundo de las alteraciones de la percepción. El ácido lisérgico, y las pastillas de éxtasis antes, le habían llevado a creer que no tenía sentido nada de lo que estudiaba en otras lecturas paralelas esforzadas en desentrañar el lado oculto de los escondites del alma y que formaban parte de todos los estudios sociológicos de los que se había empapado en la Universidad.

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Esa situación de confrontación de pensamientos daría lugar a una lucha interior que precipitaría hacia una derrota de todo dogmatismo y que daría lugar a que postulase en favor de la psicodelia y de la moralidad bajo otros cánones, los de la bondad y los de la belleza, embarcado en una visión filosófica nihilista que apenas creía en que la sociedad que le rodeaba había asumido una concepción pesimista del mundo y de la vida, por lo que había que ir contra ella, en una actitud más propia del distanciamiento que del combate.

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Ahora, se encontraba con escritores como Husley, que se reunían con médicos para analizar el verdadero comportamiento de las drogas psicodélicas. Y descubría todo un mundo interior que no le habían enseñado los catedráticos y que se podría desenmascarar con una apertura de las puertas de la percepción, propiciada por un consumo controlado de sustancias psicotrópicas.

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El mundo de los ideales de Weber, considerado el padre de la sociología moderna, en torno a las facetas racional y sentimental del ser humano, no era el mismo que el que estos escritores defendían con tanta literatura, y quienes habían sido, hasta entonces, unos desconocidos para él. Pero se parecía. Un mundo epicúreo se contraponía a una paralela visión del hombre como lobo para el hombre, que auspiciaba Hobbes y que ofrecía una visión de la sociedad que no se correspondía con la de Zabaleta. Él creía entender esta nueva concepción y se embriagaba de la poesía incomprendida de Rimbaud. Pero Husley le avisaba, al final de su libro, de los peligros acuciantes de una enfermedad llamada esquizofrenia derivados del uso incontrolado de estas sustancias. Entonces, se alertó.

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Marchó a la biblioteca de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense y tomó personalmente un tratado sobre la esquizofrenia. Comprobó que determinados síntomas –falta de hilaridad en las conversaciones, sentimientos permanentes de miedo injustificado, alteraciones en el sueño, etc.- se habían apoderado de él. El libro corroboraba ese estado anímico que le había sobrevenido, tras un verano en el que todo parecía ser colorido y todas las ideas encajaban una detrás de la otra. Ahora, todo era confusión y sensación de angustia, de vivir incómodo. Y esos síntomas de esa enfermedad fatídica explicaban su situación presente.

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La enfermedad, leía, tenía un alto componente genético. Y se acordaba de la experiencia de su tío paterno, el Tío Román, que acabó estrellando su coche por un precipicio después de que, tiempo atrás, se le hubiese diagnosticado la misma enfermedad crónica que ahora tenía enfrente, plasmada en un tratado. Comprendía entonces que ese mal le había alcanzado, pero leía que existía un efectivo tratamiento médico para controlar sus efectos. Y pensó, entonces, en acudir a un psiquiatra.

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Por un motivo del seguro que tenían concertado en la familia, Zabaleta se puso en contacto con la secretaria del Hospital Psiquiátrico Nuestra Señora de la Paz, y ésta le citó para el Doctor León. Por entonces, el doctor le diagnosticó una pequeña crisis de ansiedad y le habló de que ello era frecuente en determinados momentos del desarrollo, en la época de la adolescencia y la juventud, aunque también pudiera darse en edades más avanzadas, como la suya, y que también tendría su peso relativo el hecho de que hubiese consumido ácido lisérgico en repetidas ocasiones, lo que Zabaleta le había confesado. Pero le remarcó que no debía de alarmarse tanto y menos consultar por sí solo lecturas de las que él no era experto y que sólo le confundirían más. Le recetó Lexatin, un ansiolítico que le calmaría y que debería consumir todas las noches y mañanas de los siguientes seis meses.

lunes, 11 de mayo de 2009

DE CUANDO TOMÓ CONCIENCIA DE SÍ MISMA, FRENTE AL ATOMIUM


Una de mis mejores amigas me contó lo que le sucedió un lunes de enero, en Bruselas, el día en que tomó conciencia de sí misma. Se encontraba contemplando la maravillosa y enorme estructura del Atomium, cuando su cabeza se reorganizó suavemente y llegó a comprenderlo todo. Sucedió durante una mañana en la que nada de lo demás le importaba en absoluto. Sólo quería pensar en la noche del sábado, llena de altas pasiones, de lujuria, de descarnada irradiación de sentimientos, de juegos prohibidos. Entendió que el orden y la estabilidad del átomo no se reñían con la multiforme pasión, llena de tonalidades y descaradamente atractiva. Tomó conciencia de sí misma cuando aunó la estabilidad del átomo con las disparatadas formas que la pasión podía adquirir, y comprendió que había alcanzado un estadio superior.
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Se marchó de allí feliz, con un paso aún más firme. Sabía que había alcanzado un nuevo escalón en la pendiente de la vida. Las sensaciones extremas a las que había llegado le otorgaban credibilidad a todo. Todo tenía sentido ese lunes, cuando unos días antes todo carecía de ello. Por la noche, volvería a Madrid con la sensación de haber aprendido mucho con su viaje. Su compañero había vuelto un día antes. Cuando le encontró, se sintió más cerca de él. Comprendió que no había nada que esconderle, que vivirían juntamente las mismas emociones, que se habían unido en la incansable búsqueda de la felicidad. Ya no había nada que temer.