jueves, 22 de enero de 2009

LA VIDA CAMBIA CUANDO MENOS TE LO ESPERAS



Caminaba suavemente por el terreno baldío, con apenas fuerzas para no caer arrastrado y congelado por el frío. La puesta de sol ofrecía un espectáculo magnífico al que no podía prestar la atención apropiada, mientras los reptiles e insectos de todo tipo cruzaban sus miradas conmigo y los cactus parecían abatidos por el viento silbante. El camino, pedregoso, quedaba atrás por una estela de polvo rojizo y apenas sólo se escuchaba el viento, que parecía querer enloquecer. También los graznidos de los cuervos se mostraban amenazantes, desafiantes, a la espera de mis movimientos cansinos. Llevaba conmigo un litro de agua y nada que echarme a la boca, intentando no pensar en las ganas de comer.

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Los colores eran sensacionales, morados y anaranjados, las siluetas de los árboles Joshua, que desafiaban al cielo, fantásticas, pero apenas podía ser consciente de la escena, por muy deslumbrante que fuera. Apenas me preocupaba por continuar caminando, lentamente, sin saber bien hacia dónde. Esperaba encontrar un refugio, o una ciudad, algún remanso de humanidad, alguien con quien poder charlar, alguien a quien poder escuchar, después de un duro accidente a primeras horas de la mañana contra un árbol inesperado, hecho tras el cual el coche había quedado incendiado, con todas mis cosas en su interior. La botella de agua, inexplicablemente, había saltado fuera. Continuaba caminando derrotado y desconsolado, sin oler el más mínimo poso de humanidad, consolando mis ganas de llorar con mi optimismo intrínseco, lo que me animaba a continuar.




A lo lejos, veo humo... humanidad!! Bendita sea. Una caseta, un refugio, allá a lo lejos, en la misma línea de mi camino. El humo sale de ella, es una casa de madera. Qué bien, por fin, alguien me va a escuchar, me invade entonces una alegría inesperada, acelero mi caminar todo lo que puedo. Vuelvo a estar completamente ilusionado, pienso en que por fin alguien podrá ayudarme. El camino es escarbado y pedregoso, pero aún me quedan fuerzas suficientes para llegar a la casa. Me acerco a ella, la observo. Tiene una chimenea, una puerta y una ventana a través de la cual se escapa la luz de la lumbre. No se oye nada. Respiro dos veces, intentando calmar mi inquietud. Finalmente, golpeo dos veces la aldaba.
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Un ser desvalido, apoltronado en una silla de ruedas, con el pelo poco cuidado bajo una gorra descolorida, me recibe. Me presento cordialmente y me invita a pasar al interior. La casa es agradable, todo está recogido. Le miro silenciosamente a los ojos. Pronto me doy cuenta de que no me oye, de que está más sordo que una tapia. Tampoco habla, sólo mueve la cabeza. En un gesto de amabilidad, me ofrece un caldo casero que bebo gustosamente y que arregla mi estómago vacío. El hombre serio se desplaza en su silla hacia un pequeño aparador del que toma un bolígrafo y un papel. Al menos, sabe escribir, pienso. Me dice que lleva años en aquel hogar, por lo menos veinte, desde que murió su mujer, momento tras el cual quedó sordomudo. No quiere saber nada de nadie, escribe, aunque se alegra de encontrarse conmigo después de tanto tiempo sin tratar con gente. Yo también me comunico con el bolígrafo, le digo que llevo todo el día vagando por el desierto, que mi coche se accidentó, que estoy muy cansado. Parece que nos entendemos.
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Escribimos sobre varias hojas antes de que considerásemos que enraizábamos una posible amistad. Al cabo de unas horas, sin haber hecho mención en ningún momento con anterioridad, me confesó. Me contó que tenía una hija de mi edad, que era la mujer más bella de la región, que su mirada era cálida y su sonrisa eterna y siempre agradecida. Me confesó que nunca había sido abrazada por un hombre, aunque ciertamente una vez había quedado enamorada, pero el hombre comenzó a enfermar y finalmente se murió. Me dijo que me encantaría cuando la viera, que en aquel momento estaría trabajando en el huerto que tenían a unos metros de allí, que estaba a punto de llegar, que debía esperarla.



El hombre me sirvió una taza de café mientras esperábamos la llegada de su hija. Me contó que desde mucho tiempo atrás, ella deseaba el momento en que un hombre educado se acercara y consiguiera encandilarla. Yo le escuchaba desinteresadamente y antes de sorber el último trago, la chica apareció. Entró por la puerta con un paso alegre y divertido, y fue a dar un beso a su padre, mostrándose sorprendida al verme. Me dio la mano, suavemente, mientras se le esbozaba una sonrisa. Su mirada, inocente y penetrante, quizás algo tímida, me dejó deslumbrado. Recuerdo que comenzamos a charlar, no recuerdo de qué. Pronto comprendí que era guapísima y que tenía mucha sensibilidad. Continuamos tomando café y manteniendo conversaciones fascinantes sobre la vida, mientras el padre, ausente, no dejaba de hacer crucigramas. No recuerdo cuántas horas estuvimos hablando, pero cierto es que fueron muchas.

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Ya nunca más volví a mi desdichado puesto como vendedor de coches usados. Mi enamoramiento me llevó a renunciar a todo lo que ya no me importaba, a decir un adiós definitivo a mi anterior vida banal, a los sinsentidos rutinarios... me separé brusca y acertadamente del ficticio mundo que había construido sobre raíces de plástico que me agazapaban, bajo mentiras y prisas, y mezquindades, siempre sobre el asfalto... sobre todo quedé prendido al calor de su complicidad y de sus brazos rollizos y acogedores. Su mirada insinuante adquirió un tono de felicidad inesperado y empezamos a soñar juntos, elaborando proyectos comunes, ideando con imaginación portentosa y dejando libres y transparentes nuestros sentimientos.
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Inexplicablemente, unos días después, el padre recuperó el habla, y otros pocos días después, el oído. Siempre dijo, desde entonces, con su voz ronca, que yo había sido una sorpresa venida del cielo. Y yo siempre le respondí, con mi voz ilusionada, que la vida cambia cuando menos te lo esperas, después de lo cual no dejaba de esbozarme una cálida sonrisa.

martes, 13 de enero de 2009

ODIO

El todopoderoso vecino, y fuertemente militarizado enemigo, se acercaba a las tierras sagradas con aires de malevolencia y prepotencia, izaba sus banderas de guerra con energía y se emprendía en un descarnado exterminio sobre el oprimido pueblo, al que apenas le quedaba oxígeno para respirar. El fuego era atroz, todo lo devoraba, los sonidos eran metálicos y penetrantes, y el cielo quedaba surcado por misiles irracionales que iban y venían en todos los sentidos. Surgían aullidos de cualquier lugar, los niños rabiaban de dolor y las madres no tenían fuerzas para cogerlos en brazos, ningún sitio era bueno para esconderse, el olor a sangre se escurría por cualquier rincón....
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... En aquel instante un señor judío, importante donde los haya en el mundo de las finanzas, se tropieza con un escalón. La escalinata hacia el Royal Bank de Minessota es suntuosa y desproporcionada, como sus zapatos de piel de elefante, aunque ni siquiera se inmuta, o al menos eso aparenta. Entra decidido acompañado de una camarilla de adinerados compatriotas y de un inquieto rebaño de escoltas escondidos tras sus gafas de sol oscuras que hacen mucho barullo. El importante de los señores se dirige hacia el despacho en el que le recibe el Director General del Banco; entra malhumorado, refunfuñando, se sienta enfrente de él. El banquero intenta ser cordial, le ofrece un trago en aquel despacho impersonal. El financiero judío no entra en el juego de quien tiene delante y se queja de todo, también del pie, que le duele. Finalmente, ordena retirar todos los fondos que tiene en el banco.
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Los niños continúan corriendo, los charcos sangrientos salpican sus rodillas, no hay nadie en el pueblo. Las bombas pueden con todo, los aviones retumban en eco.... Buuuuum!!! Es horrible, atroz, tu amigo perdiendo el brazo y un ojo, al mismo tiempo, mientras se desternilla de dolor... es inhumano soportar este genocidio sin sentido horripilante que cae sobre nuestras vidas, no se puede entender esto, es una locura macabra, nadie hace nada, no podemos hacer nada, le dice un niño al otro.... Buuuuum!!
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Un misil cae sobre Jerusalén, otro sobre Tel Aviv, otro más destruye una base militar al norte del país... El desorden traslada sus fronteras, el caos reina en cualquier lugar, el mundo se ha aliado en una sola causa. Pero en algún lugar, al fin, se puede respirar. Los niños pueden disfrutar del silencio. Al fin, la calma penetra en sus cuerpos y ya no resuenan los chasquidos metálicos. El horror ha dejado su estruendosa estela y ha dado paso a una perpleja locura. Ya nunca más nadie volverá a hacernos nada, le dice un niño al otro.
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Al día siguiente, se iniciaba el verdadero proceso de paz para Oriente Próximo. Hoy en día, el odio no se ha exterminado. Al menos ya nadie muere indiscriminadamente.

domingo, 11 de enero de 2009

jueves, 1 de enero de 2009

DE NUEVO, EL AÑO NUEVO


De nuevo, un año nuevo. De pronto y nuevamente, como un reloj inesperado e incontrolado, otra vez... otro año. Fluye el tiempo relativo acelerado e imprevisible, distintamente al que conocíamos de antes, aquel que despide sin pena ni gloria los veranos efímeros, que no se diferencian básicamente los unos de los otros, de una forma rutinaria y mecanizada, displicente, anunciando el nuevo año con unas campanadas que parece que fueron ayer, o aventurándonos hacia experiencias que ya habíamos vivenciado mientras ignorábamos el valor y la riqueza que nos aportaba el vivir novedades, encontrándonos con la misma melancolía y deseos similares a los que vivenciábamos ya un año atrás. Es el sino de los relojes desincronizados de nuestras vidas efímeras, que imprevisiblemente se empeñan en marcar una hora que no coincide con la que se ajusta a nuestra realidad.




Nos separamos del reloj del tiempo después de atontarnos con las comodidades que en él encontramos y de perder el interés por disfrutar de lo desconocido, lo novedoso, lo que realmente nos hace vibrar. Nos embobamos viviendo una vida cómoda, exprimiendo lo que nada interesante aporta a nuestras vidas con la meta única de hacer de ese tiempo más confortable pero innegablemente poco fructífero, porque desperdiciamos cada uno de los minutos que medirán nuestra única vida en comodidades que no habrán sido nada relevantes en el momento en el que en el último de esos minutos querramos hacer balance de lo que hicimos o dejamos de hacer ante esa maravillosa oportunidad de vivir que se nos presentó, que ya nunca volveremos a disfrutar, nunca jamás.




No se trata de correr estruendosamente por la vida bajo el dogma de que cada minuto que pasa hará que te reste un minuto menos de vida, no se trata de correr alocadamente, ni de vivir acelerado, ni de enfrentarse obstinadamente contra un muro de hormigón, quizás sí de concienciarnos de que esto que nos ocurre no nos volverá a ocurrir, que nunca seremos tan jóvenes como lo somos ahora, que la muerte ya era inevitable desde el mismo momento en que nacimos y que el sufrimiento nos llegará de una forma inesquivable, quizás de ser consientes de que esta es la única vida que viviremos, quizás otorgarle el valor que se merece a ese maravilloso don que nos ha tocado, a modo de lotería incalculable, a cada uno de nosotros, y que tanto gustaría reencontrarse a quienes no supieron hacer uso de ella, quizás apreciar cada minuto en que todavía podamos disfrutar viviendo, quizás también de alegrarnos de lo que somos y de lo que hacemos, así como de hacer por cambiar aquello que menos nos gusta de nosotros.



Y, sin embargo, nos embobamos, entramos en un soporífero letargo, mientras el tiempo fluye, se acelera, pasa inadvertido, y no nos damos cuenta. De nuevo, el año nuevo. Otra vez, otro año. Se escapa la vida entre campanada y campanada, sin enterarnos de nada. Hacemos balance, pero siempre tardío, y no le damos importancia, se nos olvida. Voy, entonces, a hacer una autoafirmación, y voy a intentar seguir su espíritu. Voy a creer en que éste es el momento de querer intensificar mi vida, de alegrarme de ella cada momento para alegrarme de ella en el final de mis días, voy a hacer por no arrepentirme nunca de no haber sabido hacer uso de ella. El momento de querer apreciar aún más la lotería que comparto con los demás seres vivos, de disfrutar aún más de la efímera buena salud que todavía me acompaña. El momento de proponerme hacer de este año un año distinto, que recuerde para siempre, en el que valore más las cosas pequeñas que me rodean, en el que me preocupe por ser receptivo al amor, por hacer las cosas con cariño, saboreándolas, el momento que recuerde como unos tiempos felices que disfrute al recordarlos, haré por que sean grandes momentos. Haré por que sea un año nuevo.