martes, 24 de marzo de 2009

LOS VERSOS QUE GUSTAVO SIEMPRE QUERRÁ RECORDAR




Hacía mucho tiempo que no sabía de él. Tanto tiempo... No me había necesitado, por lo que no había sentido la necesidad de reencontrármele. Gustavo había marchado lejos fruto de una necesidad vital de reorganizar sus ideas, de amoldarse la cabeza, y se había marchado a la montaña. Desde allí escribía cartas y más cartas, las cuales nunca llegaban a sus destinatarios. Las releía una y otra vez, y volvía a escribir otras nuevas, dirigidas a unas y a otros. No hablaba con nadie desde hacía varias semanas, nadie sabía exactamente dónde estaba.






El jaleo que tenía en su cabeza estaba adquiriendo una forma determinada, aunque quizás el resultado tuviera una forma de vacío inesperado, nada que ver con lo que hubiera deseado. El minutero de la vida giraba y giraba mientras nada de lo que vivía conseguía llenar ese hueco. En un pueblo perdido tomaba té y hacía un gurruño del papel que escribía con borrones. Después de tanto tiempo en que no me había necesitado, decidía ahora llamarme, y bajo nuestro código telepático entendía la urgencia de mi presencia y me plantaba en aquel valle asturiano, pidiéndole si me dejaba leer el papel engurruñado.





- ¿A quién se lo diriges, Gustavo? - le pregunté.
a
- A la Lucy, Abismo, ya sabes.
a
- ¿Qué te ocurre ahora con ella? -le pregunté, a pesar de que lo sabía todo.


a
- Me vine al campo, a meditar, a saber lo que realmente quería, a conocer la salud de mi enamoramiento por ella.

a
- Inteligente decisión -le apunté. ¿Y descubriste algo nuevo?

a
Se quedó pensativo unos instantes.

a
- Sí -hizo una breve pausa-. Quizás -añadió.

a
- Cuéntame, Gustavo, cuéntame.
a
a

Gustavo se acomodó en la silla, miró a lo alto y empezó a hablar pausadamente.

a
- Hay días en los que me levanto contento - explicó-. Me dirijo temprano a ayudar a mis vecinos a ordeñar las vacas. Voy feliz a hacerlo. Hablo con ellos y no me acuerdo de nada más, no me aqueja ningún problema, me siento bien conmigo mismo, sonrío a todo lo que me ocurre. Pero, de pronto, se me queda la mente en blanco y me echo las manos a la cabeza. Empiezo a echarla de menos, mucho, la imagino mimosa tumbada conmigo en el sofá, rebosante de ternura, cariñosa, compartiendo una cena conmigo. Mis vecinos me preguntan si me pasa algo y no les contesto nada, me quedo como ausente. Después vengo a esta mesa, tomo un papel y un bolígrafo, y escribo todo lo que siento por ella, descargo todos mis pensamientos en el papel y encuentro un alivio con ello. Pero al final, no me queda claro nada, me invade la confusión. Destruyo el papel y me voy al bar, con cierta agitación. Allí no me acuerdo de ella, en absoluto, me río, charlo con todo el mundo, me siento libre y despreocupado. Con la resaca del día siguiente, a pesar de todo, me levanto contento y me voy de nuevo a ordeñar las vacas. El acontecimiento se vuelve a repetir.

a
- Prueba a no ir al bar -le dije.

a
- A veces necesito no pensar en nada, vivir el momento nada más, evadirme de lo que me aqueja, disfrutar despreocupado con las conversaciones de la gente, parece que necesito hacerlo, Abismo.

a
- ¿Y por qué te has venido tan lejos? -le pregunté.

a
- Porque aquí me doy cuenta si de verdad la necesito o si todo es fruto de un capricho, y aquí no la tengo cerca para estar dándola mimos un día y mareándola al día siguiente. Aquí descubriré cuánto hay de real en mi enamoramiento.

a
- ¿Y cuánto crees que hay de irreal?

a
- Mucho. Acabo de romper la carta que le escribía. Me acabo de dar cuenta otra vez que no. Pienso ahora en todo lo que dudaba cuando estaba con ella, la imagino comportándose de la misma manera conmigo, cuando se ponía histérica y perdía los estribos fruto de sus manías. Imagino de nuevo volver a lo mismo, y no quiero.

a
- Y ese poco, ¿a qué se refiere?

a
- No sé. Cuando estaba esta mañana ordeñando a las vacas... No sé. Me viene a la cabeza la idea de hacer un hogar con ella, un hogar cálido, con niños, con amor, me imagino viviendo feliz con ella.

a
- Continúa unos días más en este pueblo -le dije-. Pero no vayas tanto a los bares. No hagas un gurruño del papel cuando pienses haber terminado de escribir. Guarda el papel junto a los demás. Y no los releas hasta pasado un tiempo. En vez de ir al bar, escribe sobre tus momentos de despreocupación, frivolidad y libertad. Cuando hayas hecho esto durante varias semanas, vendré a verte nuevamente. Sabrás decirme qué decisión has tomado y tu vacío se habrá llenado con el poso de haber elegido en la vida lo que realmente querías. No te preocupes, el tiempo te dará la clave.






Gustavo se levantó de la silla, deambuló por la habitación de un lado para otro y finalmente me dijo:
a
- Gracias, Abismo. Continuaré escribiendo cartas de amor que no llegarán a su destino, continuaré madurando mis ideas, continuaré en este pueblo hasta que me dé cuenta de todo. Pero ahora, me apetece escribir algo.
a
- Hazlo, le dije, no lo dudes.
a
- Hazme un favor, Abismo.
a
- El que quieras, ya lo sabes.
a
- Voy a escribir una poesía - me dijo- y quiero que me la guardes, que la tengas para siempre guardada, que me la recuerdes cuando más lo necesite.
a
- Adelante -le dije.
a
Gustavo tomó otro papel y empezó a escribir de carrerilla:
a
"Fin de un romance largo.
Transición hacia no sé bien dónde.
Me quedo desnudo y libre de cargas, ligero como un avión de cartulina.
Mis alas siguen intactas, desean abrirse con elegancia.
Retornará la pasión y lo emocionante en el momento menos esperado
mientras continuaré mi camino alejándome de su espesura.
Sólo así me sentiré libre y despierto.
a
Un nuevo camino se abre.
Se acabaron las postales en torno a la ermita
y la luna llena ya no será lo mismo,
el cariño oriundo de un valle acogedor,
la fe depositada en un futuro nunca existente
los besos salados y las lágrimas esparcidas por la piel que te abrazaba como una rosca.
a
Se acaba un romance largo
Ella se divierte
Yo... hago lo mismo
¿Qué siento?, me pregunto reiteradamente.
Preparo mi vuelo no sé bien hacia dónde
cierro mis ojos y sonrío al sol placentero
Es primavera, pienso.
La libertad me regalará los mejores momentos"
A
- Guárdalo -me dijo seriamente.
a
- Bonitos versos. No los olvides -le dije, con cierta ternura.
a
- Te los doy para que siempre me los puedas recordar. No quiero socavarme bajo tierra en los momentos bajos con ideas sobre el amor que pudo o que no pudo ser, no quiero hundirme creyendo ideas equívocas que me consideren desdichado. Quiero que esta poesía me recuerde siempre que soy un ser libre, que nunca más me enrredaré en histéricas discusiones sin sentido, que nunca pensaré que estuve equivocado, que la libertad es el don más grande que tenemos. Quiero que siempre me recuerdes que mi camino habrá quedado para siempre libre de estupideces y de tonterías, que mi camino estará siempre abierto a las emociones de verdad.
a
- Lo haré, Gustavo.
a
Y me marché de súbito, con el papel de la poesía en la mano. Pensé que sería el antídoto contra sus momentos de flaqueza. No necesitaba estar más allí. Su mensaje era esperanzador. La libertad sería su arma infalible contra toda queja vital. Al verle así, sentí que se estaba curando, que adquiría armas para seguir adelante. Sus ojos me habían enseñado que no se había dormido, que continuaba luchando. Quedaba claro que no había futuro con la Lucy. También que Gustavo se iría encontrando mejor, poco a poco.
a
a
a

A los diez días de aquel encuentro, Gustavo retornó a la ciudad. Había repuesto sus fuerzas; sus alas aleteaban con más virulencia. Durante un tiempo no me llamó. No volvería a tener ninguna duda sentimental hasta pasado un tiempo. Pero eso ya es otra historia. Llegaron tiempos de calma, de cierta estabilidad emocional. Por el momento, vivía frenéticamente y no me necesitaba. Se sentía feliz, en calma.

miércoles, 11 de marzo de 2009

ALEJARSE DE LA CERCANÍA


Me senté sobre el césped del Retiro, a medio camino entre el sol y la sombra sobre una zona diáfana, quedando atrás el estanque de las barcas. Abrí mi libro y me dejé escurrir por entre los pensamientos concentrados al sonido de las notas musicales de una animada sesión de Radio 3. El día era fantástico, primaveral y soleado, la gente parecía alegre y los niños canturreaban. La luna, enorme, estaba a un día de ser llena y se contorneaba magnífica en el cielo azul emborronado por las blancas nubes que hacían unos extraños dibujos. No faltaba una ligera brisa que se agradecía.











El libro era todo un abandono de este mundo real y una barca con la que navegar sobre fantasías encrespadas. La sensación de ausencia era excepcional, la música lo embriagaba todo y las veredas y los rincones por los que me introducía me producían vibrantes situaciones en las que me disfrazaba de personaje ficticio reviviendo las ambigüedades y los anhelos de individuos lejanos, tanto en el espacio como en el tiempo. Me dejaba llevar por el magnetismo literario y musical para llegar a un estadio en el que lo revivido nada tenía que ver con el lugar en el que me encontraba, tampoco con la dimensión del tiempo en general. Era como si éste se hubiera parado. Ningún vínculo me conectaba con la realidad de estar tumbado junto a unos franceses que se deleitaban mostrándose rosados y semidesnudos con nuestro generoso sol ibérico y gratuito, ni tampoco junto a los niños despreocupados que circulaban en pandilla buscándose unos a otros.











Mi realidad era otra cuando la música tornó a una voz radiofónica y yo terminaba el capítulo. Entonces cerré el libro y después los ojos, y me imaginé transitando por mi ciudad de un lado a otro, plenamente enclaustrado y circunscrito a un punto geográfico muy concreto y limitado, centrípeto, alejado del fragoroso y candente mundo en el que hervía un burbujoso caldo de vivencias y de emociones, me vi pequeño, reducido y limitado. Me imaginaba sumergido por las calles de mi ciudad como si no hubiera salido de ella, en primer plano, como si fuera todo lo que conociera, lo único que me importase. Era una ciudad áspera, fría y muy distante, enemiga.











Entonces realicé un ejercicio de alejamiento. Me imaginé a cinco mil kilómetros de mi ciudad. Imaginé a ésta desde una perspectiva lejana, la imaginé pequeña, circunscrita, alejada e ínfima. La sentía totalmente accesible, los problemas los podía singularizar y me parecían fútiles. Me sentí libre viéndome marchar a mis anchas por mi ciudad, por esa ciudad pequeña que veía desde arriba, desde lejos. No era una ciudad prohibitiva, la imaginaba mansa, accesible, hospitalaria.










Entonces me acordé de cuando uno está tan lejos de casa, cuando uno consigue ver sus problemas desde otra perspectiva, parece como si pudieras contenerlos con las palmas de las manos, y entonces en ellas parece como si los pudieses controlar y domesticar, moldear, y sin embargo cuando estás dentro del problema, éste se convierte en un abismo en el que desperdicias tus fuerzas como si en un bucle perpetuo te encontrases. Volví a los pensamientos sobre mí en primer plano, me acerqué a mi mundo. Ocurría que había vuelto de un viaje por el espacio y por el tiempo y mi ciudad me parecía agresiva. Me marché de nuevo y cuando volví me movía a mis anchas. Ya nada era problema. En mis manos albergaba todo el conjunto y con mi actitud positiva, ahora, resolvía todo abiertamente. Me marché del Retiro pensando en el fabuloso poder de la litaratura, de la música y de los viajes. Ahora, que continúo deambulando por un mundo ínfimo, sigo pensando en lanzarme a otro abismo, quizás más lejano.







lunes, 2 de marzo de 2009