miércoles, 11 de marzo de 2009

ALEJARSE DE LA CERCANÍA


Me senté sobre el césped del Retiro, a medio camino entre el sol y la sombra sobre una zona diáfana, quedando atrás el estanque de las barcas. Abrí mi libro y me dejé escurrir por entre los pensamientos concentrados al sonido de las notas musicales de una animada sesión de Radio 3. El día era fantástico, primaveral y soleado, la gente parecía alegre y los niños canturreaban. La luna, enorme, estaba a un día de ser llena y se contorneaba magnífica en el cielo azul emborronado por las blancas nubes que hacían unos extraños dibujos. No faltaba una ligera brisa que se agradecía.











El libro era todo un abandono de este mundo real y una barca con la que navegar sobre fantasías encrespadas. La sensación de ausencia era excepcional, la música lo embriagaba todo y las veredas y los rincones por los que me introducía me producían vibrantes situaciones en las que me disfrazaba de personaje ficticio reviviendo las ambigüedades y los anhelos de individuos lejanos, tanto en el espacio como en el tiempo. Me dejaba llevar por el magnetismo literario y musical para llegar a un estadio en el que lo revivido nada tenía que ver con el lugar en el que me encontraba, tampoco con la dimensión del tiempo en general. Era como si éste se hubiera parado. Ningún vínculo me conectaba con la realidad de estar tumbado junto a unos franceses que se deleitaban mostrándose rosados y semidesnudos con nuestro generoso sol ibérico y gratuito, ni tampoco junto a los niños despreocupados que circulaban en pandilla buscándose unos a otros.











Mi realidad era otra cuando la música tornó a una voz radiofónica y yo terminaba el capítulo. Entonces cerré el libro y después los ojos, y me imaginé transitando por mi ciudad de un lado a otro, plenamente enclaustrado y circunscrito a un punto geográfico muy concreto y limitado, centrípeto, alejado del fragoroso y candente mundo en el que hervía un burbujoso caldo de vivencias y de emociones, me vi pequeño, reducido y limitado. Me imaginaba sumergido por las calles de mi ciudad como si no hubiera salido de ella, en primer plano, como si fuera todo lo que conociera, lo único que me importase. Era una ciudad áspera, fría y muy distante, enemiga.











Entonces realicé un ejercicio de alejamiento. Me imaginé a cinco mil kilómetros de mi ciudad. Imaginé a ésta desde una perspectiva lejana, la imaginé pequeña, circunscrita, alejada e ínfima. La sentía totalmente accesible, los problemas los podía singularizar y me parecían fútiles. Me sentí libre viéndome marchar a mis anchas por mi ciudad, por esa ciudad pequeña que veía desde arriba, desde lejos. No era una ciudad prohibitiva, la imaginaba mansa, accesible, hospitalaria.










Entonces me acordé de cuando uno está tan lejos de casa, cuando uno consigue ver sus problemas desde otra perspectiva, parece como si pudieras contenerlos con las palmas de las manos, y entonces en ellas parece como si los pudieses controlar y domesticar, moldear, y sin embargo cuando estás dentro del problema, éste se convierte en un abismo en el que desperdicias tus fuerzas como si en un bucle perpetuo te encontrases. Volví a los pensamientos sobre mí en primer plano, me acerqué a mi mundo. Ocurría que había vuelto de un viaje por el espacio y por el tiempo y mi ciudad me parecía agresiva. Me marché de nuevo y cuando volví me movía a mis anchas. Ya nada era problema. En mis manos albergaba todo el conjunto y con mi actitud positiva, ahora, resolvía todo abiertamente. Me marché del Retiro pensando en el fabuloso poder de la litaratura, de la música y de los viajes. Ahora, que continúo deambulando por un mundo ínfimo, sigo pensando en lanzarme a otro abismo, quizás más lejano.







2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece interesante tu blog. Te dejo la dirección de el mío.

Un saludo

Abismo Ínfimo dijo...

Me pasé por el tuyo, interesante también. Muchas gracias por tu atisbo, y encantado de que pases cuando quieras.