lunes, 20 de abril de 2009

SE ME CAE LA CASA ENCIMA



Martes por la mañana, en la oficina. Una llamada del Administrador de Fincas al móvil. Recuerdo fugazmente mis obligaciones como Presidente de la Comunidad de Vecinos, que no puedo eludir. La misma voz de siempre, enfatizando sobre cualquier asunto que se precie, la de la secretaria triste. Me dice que por fin llegarán al día siguiente los arquitectos que se enfrentarán a los problemas derivados de las vigas de mi edificio, de 1861, por supuesto de madera y carcomidas por las destructoras aguas de los cuartos húmedos. Me alegra saber que por fin se ponen manos a la obra y que se acabaron aquellos sueños atroces en los que me despertaba como polizón en la cama del vecino de abajo rodeado de cascotes. Pienso que por fin las cosas se hacen bien.




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Al día siguiente, me quedo a esperar a los arquitectos. Deciden que mi casa hay que apuntalarla, el baño y la cocina. La nevera no deberá estar en su sitio. La cocina se desmontará en su día y probablemente en el empeño se estropee y tenga que aparecer reflejada en la factura comunitaria como otro gasto aparte. Habrá que hacer una cocina y un baño nuevo, prácticamente nuevas tres plantas del edificio. Habré de mover todo el contenido de mi casa y arremolinarlo en huecos y rincones. Mi ánimo de supervivencia derrota al de la pereza.
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Ya no era sólo el temor de que la casa del tercero se abalanzase sobre la del segundo y ésta sobre la mía. También el techo de la que tengo debajo cede y sus vigas de madera se deshacen con las manos. Me había alegrado el día anterior de que por fin se pusiesen manos a la obra, pero ahora me entra el agobio de pensar que tarde o temprano me tengo que marchar. Lo peor de todo, que deberán ponerse de acuerdo todos los vecinos en lo que a presupuestos se refiere. Y esto puede conllevar mucho tiempo, mientras mi rumbo itinerante por la ciudad se llegue hasta asfixiar. Manos a la obra, a ponerse las pilas. Me llama la atención que no me derrumbo, a diferencia de mi querida casa, que hasta me pone la idea de una nueva vida en la que se sucedan las aventuras con el ánimo de querer estar vivo y despierto. Dormiré un día en un sitio y otro día en otro, qué problema hay, pienso.
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Desde entonces se suceden en mi vida las duchas en casa del colega, las comilonas como antaño en casa de mi ex, las lavadoras en casa de una y las siestas en casa del otro... Todo el mundo se presta a ayudarte. Oye, que si necesitas cualquier cosa, te pongo una lavadora. Te dejo una llave, vente cuando quieras. Me levanté el otro día de resaca, después de una noche en que el carraspeo de la nevera en mi oreja se había apoderado de mi sueño y la casa se me había caído encima, casi literalmente. ¿Dónde comeré hoy?, ¿dónde me ducharé? Era como si me hubieran dado con un mazo en la cabeza.
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Luego agarré una balleta y la pasé por la cocina. Y me aferré entre los dos puntales del baño para lavarme las manos o sentarme en el váter. Me dije, ¡si puedo seguir viviendo aquí! Y continué sabiendo que mi habitación seguiría siendo mi casa, que aún no tenía ganas de marcharme, aun sabiendo que pronto mi rumbo itinerante me llevaría a una casa y luego a otra. Aprovecho para decirte que probablemente en la tuya me asiente unos días. No quiero molestaros mucho, pero prefiero hacerlo un poquito a todos, para que no se note tanto. Intentaré dejarme aparcadas en esta casa que se cae mis más maniáticas manías.



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2 comentarios:

Cyllan dijo...

¿1861? Mamma mía! Ahora entiendo tu ausencia por aquí. Espero que la rehabilitación (que seguro será integral) vaya bien y puedas habitar tu casita pronto en condiciones. Entretanto tienes mucha suerte de contar con tus amigos para saltar de uno a otro. Ánimo y muchos besos.

Abismo Ínfimo dijo...

Gracias guapa!!!!!!!!!!!