martes, 7 de julio de 2009

LA HUELLA IMBORRABLE DE QUIEN DESPARECIÓ POR UNOS OJOS AZULES

a
a

Tengo un recuerdo que no se me va de la cabeza. Es una imagen. Un niño y yo, jugando, aupados en una única bici, a la búsqueda de un tesoro desaparecido. La escena me viene nítida, aunque no distingo del todo bien los colores. Todo empezó por el Tío Román, que siempre fantaseaba con la búsqueda de un arca perdida, pequeña y brillante, expoliada en tiempos remotos y de valor incalculable. Nos hacía pasar horas investigando por los exteriores de su casa, entretenidos en nuestra heroica hazaña contra matorrales y empapados por la lluvia molesta, aunque, quizás, pienso ahora que con la intención de que le dejáramos en paz y con dedicación plena a su botella de ron. La verdad es que nos divertíamos mucho. Nunca encontrábamos nada que no fuera unas llaves perdidas o un bolso vacío.
a
a
a
De aquel niño tengo muchos recuerdos; se llamaba Jesús, era el primo de mi vecina, Merce. Me acuerdo de su voz de pito, de su hermano Pablo, de lo espartano que era subir los escalones de su casa, de que siempre iba en pantalones cortos y de que le chiflaban los polos de limón. Pero mi mejor recuerdo viene del día en que encontramos el tesoro, así lo denominó mi tío. En realidad, no sabíamos lo que era. Un maletín lleno de papeles que no valían para nada, eso era lo que pensamos. El Tío Román nos dijo que no era el arca perdida, pero que, sin duda, era un tesoro en toda regla. Por lo visto, le dio para comprarse una casa en la playa. Mi tío era muy listo. De un montón de papeles y papeles, hacía unas llamadas - conocía a mucha gente-, y convertía el maletín en pasta gansa, fresca y libre de impuestos, como decía mi hermano Jaime. Yo quería ser como él de mayor. Y nunca se me olvidará la cara que puso al comprobar el contenido de esos papeles.

a

a

Pero hay una cosa que no recuerdo. Mi amigo, ¿cómo se apellidaba?, ¿dónde podría localizarle?. En realidad, creo que no le volví a ver jamás. Todo fue por unas fotos, de una niña que nos pareció guapísima. Aparecieron en el maletín. Sus ojos azules nos cautivaron y Jesús me quitó los retratos de la mano. Me dijo: "me tengo que casar con ella".

a

a

Esa niña se llamaba Rebeca, Rebeca Simarro. Lo supe unos años después, cuando la vi ganar un concurso de belleza por la televisión. Se me ocurrió que si la buscaba a ella, quizás podía encontrarle a él. Desde aquellas fotos no sé nada de mi amigo, le imagino ahora muy atractivo y siempre supe que conseguía lo que se proponía. Me encantaría saber de ese niño que desapareció embelesado por unos ojos azules. En algún momento, pienso si yo era incompatible en su camino, pero desapareció con aquellas fotos dejando una importante huella en mi recuerdo. Vivía con la sensación de que encontró a aquella mujer. Cuando se marchaba, me dijo, mirándome fijamente a los ojos: "recuerda, no hables de esto a nadie, eres mi mejor amigo".

a

a

Han pasado años de aquel suceso. La verdad es que logré encontrar a Rebeca Simarro en la red. Y conseguí que contestara a mi pregunta. No conocía a ningún Jesús. Me quedé con una importante duda sabiendo que mi amigo podría estar deambulando por el centro de Madrid sin que nos reconociéramos cuando nos viésemos. Alguna mujer le habrá perdido, creo que vivía con ese sino. Esté donde esté, sé que algún día le daré un abrazo, intenso y cargado de emociones. Con él cerraré el círculo de las dudas que todavía tengo. Si me lees, recoge ya ese abrazo y espera a que nos encontremos. Los amigos de la infancia dejan una huella imborrable.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

que bueno dale tiempo al tiempo y veras como todo sucede suerte

Anónimo dijo...

Anda, el paisaje de la foto publicada me suena..huele a Conquezuela....muy buena la foto..Salut¡¡¡

Cyllan dijo...

Me ha gustado tu relato, suena tremendamente real. Es verdad que los amigos de pequeños dejan una huella imborrable, es que estamos muy nuevos y todo se nos queda impreso a fuego. Esa Rebeca debía ser la bomba. Me pregunto si todas las Rebecas del mundo tendrán los ojos terriblemente azules, unos ojos que a uno le arrastran sin remedio. Yo también recuerdo esos ojos Abismo, pero no los de Jesús, si no otros que eran míos.

Creo que la inmensa red es la hacedora de milagros de nuestro tiempo. Si en alguna época ha sido más fácil encontrar cosas perdidas, es en esta. No desistas ;)

Anónimo dijo...

Abismo, precioso relato¡¡¡¡ Por un momento me he podido transportar en el tiempo a aquellos maravillosos veranos, que pasaba en mi pueblo, con mis amigos de la infancia... Nosotros también buscábamos tesoros... que si alguna lagartija estraviada, decenas de hormigas que ibamos metiendo en una cajita del "tulipán", luciérnagas espectaculares y que nunca llegabamos a comprender porque irradiaban esa maravillosa luz que nos hipnotizaba, jo, que recuerdos¡¡¡¡¡ espero que mis hijos, lleguen a tener recuerdos tan maravillosos de su infancia y que no los abandonen nunca, estoy segura de que será así.
Un besazo enorme¡¡¡¡

Oliva.

Abismo Ínfimo dijo...

Loko, gracias, sucederá. Manis, qué ojo!! Cyllan, recojo tu mensaje cargado de fuerza. Cuñada, qué bonito, tu hijo ya está recogiendo esos recuerdos imborrables... muchos besos!!