jueves, 31 de enero de 2008

SANTANDER Y MI HOMENAJE A LOS ATLETAS ASESINADOS EN KENYA




Verano de 1985, sábado. Me levanto temprano, a la hora en que por el televisor emiten "La Bola de Cristal", a la que no presto atención mientras desayuno (casi con seguridad un tazón de Cola-Cao, el bote amarillo, receta clásica), poco antes de llamar a F, mi compañero de fatigas y travesuras, para emprendernos en la búsqueda de algún que otro madrugador niño y vecino amante de alguna que otra pachanga futbolera, en los prados verdes que brotaban detrás de unas montañas de yeso, en lo que hoy es el acicalado Embarcadero de Rivas-Vaciamadrid, a dos minutos de donde vivía. Los opíparos desayunos de entonces le permitían a uno deshidratarse al calor de un sol justiciero y al son de infinidades de patadas a un balón reglamentario, rasguñándonos siempre las rodillas en el amago de imitar a nuestras deidades brasileñas, es decir a Pelé, a Zico, a Eder, y a un sinfín de otros dioses a los que rendíamos más culto que a ningún otro, ateos como éramos desde tan jovencitos, y desde mucho antes. El Cola-Cao era cien mil veces mejor que el Nesquik, sobre todo en invierno (en verano, en frío, el Nesquik se deshacía mejor), aunque no sabía que pronto me vería atrapado por la seducción y la magia de un café que se hacía irrenunciable e irresistible. Ése día, mientras La Bruja Avería se montaba un monólogo sobre la cultura y los medios de comunicación manipulados, mi madre se dirigió a mí y me dio su particular noticia:



- Nos vamos, Míguel, nos vamos a Santander.



- ¿Cuándo? -pregunté extrañado-.


- Pronto, muy pronto -me dijo, acariciándome suavemente, intentando consolarme-.


La noticia me llegó como una punzada, mientras Alaska se descojonaba de risa, alborozosamente, en la caja tonta. Tonta fue la cara que se me quedó a mí también. El mundo se precipitó velozmente hacia las profundidades cuando me planteé dejar de ver a mis amigos para irme a una ciudad desconocida, fría y húmeda, lejana.





Pero así fue como a mediados de septiembre amanecí en una ciudad distinta en la que el mar se contorsionaba a menos de cien metros, las gaviotas controlaban el espacio aéreo y el acento de los foráneos les hacía a éstos divertidos canturreadores extrañados por conocer extrañamente a uno que fuera de Madrid, a uno de la capital allí de vecino. Era poco antes de que en Madrid Tierno Galván nos hiciese brotar las lágrimas a todos los madrileños, aun en la pubertad que marcaba el ciclo de mi vida. Pero antes de todo eso, recién llegado a la nueva ciudad, en una tarde de recogimiento, marché solitario hacia la playa más cercana a mi casa y me dediqué a una afición que poco tiempo atrás me había cautivado, la de saltar y correr emulando a las grandes leyendas africanas o magrebís, deseando algún día competir en algún estadio para saborear alguna vez el éxito de un triunfo, un ansiado triunfo. Infancia soñadora, añorada, creativa, mágica infancia cuya huella se antoja grata cuando nos la deja. En fin, que andaba yo dando rienda suelta a mi imaginación en una playa solitaria (la playa de Los Peligros), cuando un señor mayor se me acercó y me pidió que saltara otra vez, porque decía haberle gustado mi estilo. Salté una vez más, imitando a la que era mi estrella, el controvertido Bob Beamon, que ostentaba la marca mundial de 8,90 metros de entonces. Mi ridículo salto emocionó a la solitaria figura de ese hombre maduro (¿o anciano?) que, caliente como estaba al sabor de unos tintos que eran la rutina del día a día, se entretenía gobernando una escuela de atletismo en Santander, de mediocridad considerable pero de expediente intachable, siempre intentando levantar, en el deportivo sentido de la palabra, alguna medalla o algún diploma que otro. Así que ese mismo sábado, a mis doce años, comenzaba a asistir imperdonablemente a todos los entrenamientos habidos y por haber, hasta convertirme pronto en el más asiduo de todos los que allí, sobre los jardines del espectacular Palacio de la Magdalena, nos dejábamos las piernas sábado tras sábado. Porque luego empezaron los entrenamientos de los martes, los de los jueves, las progresiones, las marcas que se superan, y las competiciones de todos los domingos. El sueño: correr entre los grandes alguna vez, encontrándose todas las semanas con los obstáculos que suponían las piernas de algún que otro pueril pasiego, finas y raudas extremidades que te dejaban siempre en la estacada. Pero soñamos, como se espera soñar cuando se es un niño, experto en la elaboración de fantasías. Y soñamos con ser algún día una estrella del atletismo.




Hoy me acuerdo de lo que para mí era una estrella de este deporte, si no algo comparado a una deidad terrenal que disfruta de todos los caprichos que la vida le depara por su especial habilidad para correr la distancia que le echasen. Hoy me acuerdo de esas estrellas, cuando, con treinta y cinco años leo que dos estrellas del atletismo keniano han sido asesinadas por las feas virulencias con las que naufraga su país, a día de hoy en una guerra de tribus. Rindo homenaje al maratoniano Wesley Ngetich, fallecido el pasado martes tras recibir el impacto de una fecha envenenada, y a Lucas Sang, relevista en el equipo olímpico de 4x400 en Seúl 88, asesinado el último día de 2007. A día de hoy, una de las mejores atletas del mundo, la keniana Jepleting, está amenazada de muerte y no puede, por supuesto, entrenarse como las demás atletas. Aún así, sigue ganando. Ésas son las estrellas con las que mi imaginación fantaseaba hace ya unos años, en esa ciudad gris de nubes y barcos que embarcaban y que se alejaban, mientras yo les observaba por una ventana.

17 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que debo de confesar como un placer asiduo el navegar en la reminiscencia ajena, perderme por un rato en recuerdos, así como hoy cuando visualizaba a un Abismo chico corriendo y saltando por la playa.

De paso convirtiendo esa remembranza en un homenaje.

Anónimo dijo...

Por cierto, me estás volviendo daltónica con tanto cambio de color del fondo, ahora ya no recuerdo si siempre había sido negro o si soñé que hace poco tuvo un color más claro.

goloviarte dijo...

gracias por visitarme,ahora tiene mas clase y se ve todo mejor,si quieres poner el botón de las estrellas pídemelo por email

Elenita dijo...

Me ha encantado la historia, aunque el final un poco triste.
Desgraciadamente estas cosas suceden sin que nadie pueda poner remedio.
Besitos y millones de abrazos, Gracias.

Rocío dijo...

Hola Abismo! me meto a tu blog a contestarte (sí, hace un frío qué pela, lo de Francia es frío y nieve, aquí no tenemos invierno no..) y entre las primeras cosas que leo de tu relato es lo de "la bola de cristal" y me ha encantado porque eso despierta enseguida un montón de recuerdos, todos buenos.

Enhorabuena por tus relatos...escribes muy bien!

Abrazos de fin de semana desde Madrid

Rocío dijo...

POST DATA: ayyy.....negro? bueno, respeto tus decisiones, pero el contenido está lleno de luz y el fondo tan oscuro...me gustaba más el verde, pero eso, que respeto a tope tu decisión.

Gubia dijo...

Yo también he vuelto al recuerdo al leerte y a visitar mi Santander del alma, cosa que hago a menudo y me encanta.
Es una pena lo que estamos haciendo con tanta guerra y más pena esa manía que tenemos de mirar hacia otro lado para no ver lo que pasa.Un abrazo.

Abismo Ínfimo dijo...

Karen: iba yo leyendo el otro día el periódico cuando descubrí la atroz noticia. En ese momento entendí que tenía que hacer un homenaje a esas víctimas, enlazando con lo que fueron muchas vivencias mías en torno al atletismo. Es un lujo para mí leer lo que dices, esa voluntad de adentrarte en otros mundos, de gozar entrando en las reminiscencias del que escribe. Es un lujo para mí que el texto te haya llegado, como lo es el ver que otra vez vuelves por aquí. Muchos besos. Hace poco la plantilla era verde, y antes de otro color, no son alucinaciones, tu cordura es plena.

Goloviarte:gracias.

Elenita: una pena que sucedan estas cosas, una pena que no podamos hacer nada, aunque creo que es porque tratándose de un país como Kenya, un país que entra dentro del grupo de los olvidados, la actuación del resto es la pasividad.

Rocío: me alegro de que te lleguen recuerdos, es muy gratificante que a uno le lleguen esos retazos del pasado, más cuando de la infancia queda un buen poso. Muchos de esos recuerdos necesitan a veces de un acicate que los aflore. Muchas gracias por tus palabras y buen apunte el del color verde, aunque ya sabes que sobre colores, gustos, así que por temporadas apetece un color u otro. Hasta pronto.

Gubia: injusticias políticas como ésta son el pan de cada día que nos ha tocado vivir. Quizás otras generaciones no toleren todo lo que con nuestra pasividad consentimos nosotros. Quizás soñamos con un mundo mejor, eso siempre. Recojo tu abrazo. Una pregunta aparte, ¿eres de Santander?, cuéntame algo quizás coincidimos alguna vez. Me alegra que vuelvas por aquí.


Muchos besos, me alegra mucho leer vuestros atisbos. Disfrutar de lo que queda de finde, yo lo intento, hasta pronto.

Mandarina azul dijo...

Buf, Abismo...agridulce tu texto esta vez. Y llega, llega mucho. Y yo, cuando algo me llega mucho, tengo gran dificultad para expresarme con palabras. Así que lo mejor será que me calle y te dé un abrazo, aunque tenga que ser un abrazo expresado en palabras, pero no por eso menos real.
Te imagino de niño desayunando, dando patadas al balón, dando saltos por la playa, soñando... y sonrío.

:) Ahí va ese abrazo.

Luna Carmesi dijo...

Las estrellas de un deporte pueden ser una importante referencia para mucha gente, un sueño, un ejemplo a seguir... también pueden convertirse en instrumentos del poder, y si no pueden usar ese instrumento, esa herramienta...
Historia agridulce como dice mandarina pero tremendamente cierta.
Besos.

Blasfuemia dijo...

Es curioso a veces las conexiones entre la realidad y los recuerdos. A veces las conexiones son crueles, como la que compartes con nosotros en esta entrada.

A veces aquellos que son nuestra referencia nos recuerdan también que no hay distancias y que porque la crueldad se de lejos, muy lejos, realmente siempre sucede cerca, al menos cerca de los recuerdos.

Abismo Ínfimo dijo...

Mandarina: me alegro de que te haya alegrado. Recojo tu abrazo pletórico de emoción y me imagino cómo jugarías tú de pequeñita en la playa, corriendo, etc. Me alegra encontrarte por aquí.

Luna: estrellas mediáticas, con todo lo que esto conlleva, instrumentos del poder, bonita reflexión. Si te ha parecido una historia agridulce y cierta, también la misma vida es así.

Blasfuemia: bonita reflexión también. La crueldad lejana y cercana al mismo tiempo, cuando está en contacto con nuestros recuerdos. A ver si éstos me evocan a escenas en las que la crueldad sea una entelequia. Pero cuando la historia brilla por lo cruel, también es imposible estar ajeno y desentendido. La vida es agridulce, blasfuemia.

Muchos besos a las tres. A uno le agrada leeros.

Anónimo dijo...

Si, cuando con quince años te cuentan que vas ha tener que dejar tu ciudad (1º amores, coleguillas, instituto...) es una gran putada, te quieres morir, incluso piensas que es una estrategia de tus padres, ya que en esta edad (la del pavo) piensa uno, que sus padres son sus peores enemigos, que no le entienden, etc. Cuando ellos realmente han pasado por lo mismo o parecido.
Luego con los años te das cuenta, que todo ese cambio de escenario, te vino muy bien, ya que hizo que fueras una persona con una visión más amplia. Otra realidad, la que pueda ser una ciudad con puerto, donde las personas son diferentes, simplemente por el hecho de vivir en una ciudad con mar donde la visión se amplía….
Gracias también a esos saltos en soledad, que dabas en la playa, pudiste conocer más profundamente ese deporte tan poco común y practicarlo, haciendo así que te integrases en un grupo cualquiera (en este caso deportista) y haciendo un nuevo grupo de amigos.
Años después, estoy segura que piensas que la experiencia en otra ciudad, fue de lo más gratificante y enriquecedora. Un besazo. Manuela.

Abismo Ínfimo dijo...

Lástima que perdí el atisbo, porque era largo. Intentaré reproducirlo. Con 12 años me dieron la noticia. Fue un cambio radical al que hubo que adaptarse. Generó dolores de cabeza, pero al final hice de tripas corazón y me adapté al cambio. La despedida de los amigos, la novedad en todo, a uno no le apetecía. Pero la experiencia, como casi todas las experinecias, fue gratificante. De todo se aprende, de todo queda un poso. Conocí a mucha gente aunque cierto es que no conservo relación con ninguno. No sé que será de ninguno de ellos. Lo cierto es que cada experiencia de este tipo te enriquece como persona y te va conformando una personalidad que es la que te acompañará en el futuro. Uno es fruto de lo que ha vivido y arrepentirse de ello es no aceptarse. Una experiencia que me enriqueció, como la mayoría de las experiencias si le ofrecemos la lectura adecuada. Te mando un besazo virtual.

Anónimo dijo...

Bueno¡¡ fue un error (la edad) pero no te escapas: 15, 13, 14, 12 ¡la edad del pavo!mmmuaaakkkkk. Manuela

elena dijo...

Textos así me hacen sentirme pequeña :S

Abismo Ínfimo dijo...

Manuela: pues eso, un pavo, eso es lo que sería. Muakmuak.


Elenab: infinitesimalmente pequeña tienes que sentirte al leerlo y abismalmente grande después, de eso se trata. Besos.