Insistía en hacernos entender que lo había visto, que lo había visto todo, en ese mismo momento. Yo me acerqué a él e insistió en que me volcase a la contemplación de las plantas para lograr percibir lo que decía haber visto. En esos momentos yo no apreciaba nada, más que unas plantas muy bellas, pero pronto comprendí que Marcos hablaba de algo más de lo que en principio era una apariencia y entonces se refirió a un artículo periodístico en la revista Primera Línea que hablaba del consumo de psicotrópicos y que yo había leído hacía apenas unos días, en el que escribían sobre algo extremadamente mágico denominado "flower power". Desde esa noche, surgió entre nosotros una amistad duradera que nos llevó a tener muchos momentos igualmente mágicos en el campo, al calor de una hoguera, entre los rocambolescos cortados de la laguna de Rivas, que parecían caras majestuosas que contemplaban el devenir de nuestras ensoñaciones.
Con el tiempo nuestros caminos tomaron rumbos distintos y entonces ya sólo nos veíamos de vez en cuando. Pero aquellos momentos que habíamos compartido habían dejado huella en nosotros y hacían que yo pudiera entender mejor como él iba sorteando la vida, en su camino sinuoso. Y es que su vida se movía entre extremos, desde lo más espiritual, y hasta religioso, hasta lo más extremo de lo contrario. Marcos iba equilibrándose en ese andar consigo mismo, redescubriéndose. Así pasaba de comprar todo tipo de budas para decorar su santuario y de rodearse de incienso nepalí para empollarse el Baghavad Gita a incinerar todos sus fetiches y abogar por el hip hop y el skate, cultura urbanita de la que nunca era capaz de emanciparse. Marcos fue un John Lenon o un Bob Marley que no encontraba su sitio como tal y, entre tanto, buscaba su camino. Entonces descubrió la suavidad de las seis cuerdas y se decidió a componer desde su interior psicodélico, siempre hermanado con la cultura rasta y he aquí su más conocido éxito, "Marihuana Revolution". Un beso, Marcus.
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