viernes, 23 de noviembre de 2007

OTRO MADRID



¡Qué distinta puede ser una ciudad sin tener que salirte de ella, caminándola, traspasando sus fronteras internas, observándola!. Así es mi ciudad; ese Madrid distinto, separado, dividido, incluso deshumanizado. Ayer marché, como todos los días, caminando de casa al trabajo, receptivo a los aconteceres. Mi trayecto comienza desde la calle Mesón de Paredes (Lavapiés/ Tirso de Molina), se extiende por la Plaza Jacinto Benavente tomando la calle La Cruz y luego, por Cedaceros y Alcalá, hasta Cibeles. Y ahí me quedo. A lo sumo, abandono ese hábitat que me inspira confianza y penetro en los inicios del Barrio de Salamanca, quizás para ir al banco o para cualquier otro menester. Pero, aunque asombrado por las diferencias, no consigo tener la sensación de haber traspasado esa frontera, que pudiera ser la misma Puerta de Alcalá, pues vuelvo a mis orígenes después y nada ha sucedido. Pero ayer era distinto, pues del trabajo penetraba en esos interiores rumbo a la consulta de mi oftalmóloga (la que me operó de la miopía cinco años atrás y a la que ahora regreso por las dioptrías con las que me encuentro -que sepan los operados, por otra parte, que esta técnica del láser no está lo suficientemente estudiada por su escasa trayectoria y no se conocen bien los efectos-), que está sita en la calle Castelló, en el corazón de ese barrio que no ha cambiado tanto, sobre todo sus gentes, en los últimos cincuenta años, el Barrio de Salamanca. ¡Qué distinto ese otro Madrid!.






Gentes con otras prisas, guiados por distintas miradas, ataviados con otras ropas, con otras perspectivas. Algún mendigo, yo como observador; varios mundos en uno. Me gusta pasar desapercibido. Al momento, tomo la calle Velázquez, y paso por delante del prestigioso Hotel Villamagna. Allí me encuentro una escena escandalosa. Un botones jovencito, afroamericano, embotonado. Otro botones, español, madurito, con cojones. Unas cuantas maletas en el suelo. Un grito del español al negrito, con una voz que daba miedo: ¡me cago en la hostia, jodeeeeer!. El botones jovencito se dirige a ayudar al malhumorado y entonces éste le contesta: "¿Ahora?, ahora no hace falta, quita", y le hace un gesto despectivo, refunfuñando. El joven botones se va abochornado, alucinando con el genio de su compañero, quien se dispone él solo a recoger todas las maletas. Yo escapo de la escena indignado. Una pequeña escena racista que ha pasado desapercibida.








Constantemente me topo con establecimientos de todo tipo que hacen los últimos preparativos para inaugurarse. Todos en plan exquisito, elegante, refinados en el detalle. Muchos restaurantes a mi paso, en un radio pequeño, no precisamente accesibles. ¿Un barrio que está creciendo?, me pregunto. Tiendas minimalistas de muebles sofisticados, gentes distintas deteniéndose en los escaparates, hombres trajeados, bastones, corbatas, distancias, apariencias. "Buenas tardes", escucho, en una voz seria, señorial, cuando todo un caballero abandona una de esas tiendas y se echa encima un sombrero, con elegancia, todo lo que me parece retratado de una fotografía de la época de mis abuelos. El retrato de un Madrid que no ha cambiado mucho, que no tiene que ver mucho con el mío, el de Lavapiés, a unos pasos caminando. La aristocracia más rancia, a saber con qué cosas en la cabeza, mirándome con recelo. Me pregunto por sus cavilaciones cuando pasa ante mis ojos una mujer alta, esbelta, como una modelo, acompañada de un accionista acelerado, posiblemente un descerebrado desprovisto de la más mínima compasión por nada que no sea marchar apresurado en su bólido milonario, con el móvil por bandera, dejando un estridente sonido con su motor. Me detengo en un semáforo. No he visto a nadie que por el centro no se salte un semáforo como peatón. En este barrio todo es distinto. Yo cruzo; ellos se quedan, viendo pasar a uno que no cumple la ley a los ojos de todos los que le miran. Quizás ellos puedan estar forrados por haber infringido más de una ley o alguna que otra conducta moral, ellos o sus ascendientes, pero ellos me miran mal, distinto. Paradojas. En ese otro Madrid.





Por fin, la consulta con la oftalmóloga ha sido un mero trámite, todo como estaba. Me dirijo hacia mi barrio, más cálido, más humanizado, pienso. Pero, tras dudar, decido ir en metro. Creo que ya da igual a la hora que te metas, te pueden enlatar como una sardina a cualquier hora. ¡Qué horror fue eso!, ¡cómo me arrepentía de no haber ido andando!. Me bajé en Sol, a presión salí, y allí todo tenía ya otro matiz; más multicolor la gente, variopintos todos en sus apariencias, guiados cada uno por su propia moda, todos diferentes, todos humanos, no conducidos por la misma obsesión (como puede ser el aparentar, en el Barrio de Salamanca). Entonces todo tiene otra velocidad, hay frenesí, hay comentarios en la gente dispares, hay calor, hay humanidad, hay miserias, hay alegrías, hay vida. Me siento más cómodo, menos observado, en este otro Madrid.






Y me dirijo rumbo a Tirso de Molina. Bajo por la calle Doctor Cortezo y una moto de policía, circulando en sentido contrario a la calle, que es unidireccional, y por la acera, me adelanta con la sirena y sin ningunas maneras. Algo pasa en Tirso. Bueno, en Tirso pasa que para la policía siempre pasa algo. Me resulta curiosa esta plaza, que desde que la han remodelado y la han dejado bonita, la han tomado en grupo los africanos y han quedado un poco desubicados, más hacia la parada del autobús, los del tetra brik de toda la vida y de la heroína fumada, los del Tirso de siempre. Y la policía siempre está rondándola. Al acercarme a ella veo a un viejete hablando con un policía. Es español y tiene cara de malas pulgas. Me pregunto si le estará chivando algo. El policía le contesta: "Pero déjeles hombre, en algún sitio tienen que estar". Y el viejete replica: "En su tierra es donde tienen que estar". El policía le hace un gesto despectivo y se retira, parece que malhumorado. Un Madrid distinto que también encuentra estas situaciones, estas gentes desubicadas que deben de estar muy jodidas viendo que los tiempos cambian y que ahora a nuestro país vienen cuando antes no venía nadie. Envidias y sinsentidos que pululan por la urbe sin encontrar un lugar, en un Madrid que es distinto, que está dividido. Otro Madrid siempre. Todavía hay gente que no encaja, todavía hay varios madriles en uno. Por cierto que el policía, ole. El otro, sin comentario. Cuando llegué a casa, contrariado, Madrid me había vuelto a dar que pensar. La ambigüedad de nuevo como martillo que machaca los clavos de un futuro más integrado, en armonía, estando todos con todos, con objetivos comunes, sin odios, ni envidias, en una misma barca, en un mismo Madrid. Quizás esto sea lo bonito de esta ciudad, pienso, su pluralidad, pero me asustan las guerras que en el día a día se dan entre sus gentes, con el odio por bandera.
Pensé entonces que estas reflexiones las tenía que escribir; para quejarme de las fronteras que nos rodean, las que nos ponen impedimentos, las que nos rechazan, las que frenan el evolucionismo; para intentar un mínimo de convivencia, para quejarme de mi ciudad, ese Madrid dividido, que ya fue presa de una guerra civil, como tantas otras ciudades de España. Me quedo en el Madrid en el que estoy. Eso sí, me dispongo ahora a tener un buen fin de semana, si es que me dejan, en ese otro Madrid, mi particular Madrid, el que me da confianza, aunque siempre sin mar, el que siempre está ahí. Os deseo que disfrutéis vosotros también, allá donde quiera que estéis. Muchos besos.

7 comentarios:

Luna Carmesi dijo...

Gracias por ese caminar contigo.
:)
L@s que apenas conocemos las terminales de Barajas siempre nos preguntamos por todos los Madrid por descubrir.
Un beso.

Cyllan dijo...

Heeey coleguilla, que pasas por "mi" plaza, me asomaré a la ventana a ver si te veo pasar ;)
Vaya paseos buenos que te pegas jejeje.
Lunita si sólo conoces Barajas tienes muchos deberes pendientes por aquí.
PD.- ¡Aguante Escher! :D
¿Viste la expo que hubo hace unos meses? Espero que sí porque fue sublime (por lo menos). Te mandaré algo que hice de él.

Cyllan dijo...

Perdón, no te mandaré nada porque no veo una dirección por ningún lado, ups :(

Abismo Ínfimo dijo...

Luna. Es más difícil desenvolverse por las terminales de Barajas que por la misma Madrid. Yo, en esta ciudad, me muevo principalmente a pata. Ya tendrás ocasión de hacernos una visita. Siempre serás bienvenida. Besos. Y gracias.

Abismo Ínfimo dijo...

Cyllan. Me alegra verte de nuevo. Desde luego que no me perdí la exposición. Fue la segunda que vi de Escher en Madrid (la otra fue hace unos diez años en el Reina Sofía) y esta última fue aun mejor. Una colección de joyas expuestas ante nuestras miradas. Fue todo un lujo. Sí me interesaría que me enviaras eso que dices. Así que voy a hacer pública aquí mi dirección: midireesesta@gmail.com. Y te lo agradezco de antemano. Hasta pronto, poeta de sensaciones variadas, no dejes de canalizar la poesía que llevas dentro.

Meri dijo...

Madrid tiene desde luego muchos contrastes..ciudad ruidosa, incomoda,a veces hermosa, rancia (en algunos barrios..ejem)

Yo procuro no cruzar mucho los límites de esos espacios de Madrid que parecen más propios d la alta alcurnia. Dejalos ahí, a ver si de estar solos se aburren y tratan de integrarse con el resto del mundo

Besitos!

Abismo Ínfimo dijo...

Madrid es todo contrastes. Desde luego que las gentes mutan con las costumbres de los barrios y todo el mundo es respetable mientras respete al contrario. También es verdad que hay de todo en casi todo. Así que cualquiera es bienvenido siempre, venga de donde venga. Saludos.