Gustavo decidió no hablar más de su problema, al menos conmigo, a quien me había convertido en su bienintencionado psicólogo, no sé si tanto por mis maneras o por nuestra vieja amistad. Decidió iniciar un nuevo camino en el mapa de su vida, ahora traccionado por él mismo, afrontándose a los retos con las armas que ya formaban parte de su ego, con la libertad por bandera, aunque aferrado al mismo terreno del que aún no se había ausentado. Dejé de ser su cómplice, aunque seguramente el reencuentro perfile el rumbo de nuestras conversaciones.
Creyó inútil conversar sobre lo que no hacía porque descubrió que la llave de su secreto la tenía él mismo; así que decidió esperar, con la fe depositada en sí mismo, a ese momento de lucidez que le diera la pista del camino a retomar. Dejó de racionalizar, dejó de pensar; empezó a sentir, a disfrutar de su vuelo. Se dejó llevar, como las hojas del otoño, creyendo en que el viento pondría cada cosa en su lugar. Entonces su liviano cuerpo comenzó a dejarse escurrir por las aguas de su lago. Y yo, desde hoy, domingo manso, disfruto con la calma de su vuelo, aunque le eche de menos.
2 comentarios:
Un amigo?
Un recuerdo para siempre?
Un amigo que llevo muy dentro de mí y del que no me podría olvidar tan fácilmente, luna.
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